jueves, 26 de septiembre de 2013

¡A la larga duele!

           Muchos se empeñan en afirmar que “no pasó nada” aunque le lluevan piedras. Todo en la vida tiene algo en común, aunque se viva distorsionando la realidad, para tapar nuestros miedos al fracaso, al arrepentimiento de que “aquello no debió ocurrir”.
            Pero la vida tiene que ir pasando y “lunes tienen que llegar” unos tras otros… no lo podemos detener (aunque a veces guardemos silencio), así que debemos vivir durante nuestra vida y disfrutar de cada uno de los momentos que pasan por ella, de cada pequeño regalo que nos hace el tiempo.
            Nos auto engañamos, creyendo que así podremos mantener bajo control aquella faceta de nuestra vida o de nuestra personalidad que hoy consideramos censurable.
            No siempre se consigue claro, puesto que a veces vamos demasiado de prisa ¿o es que la vida corre demasiado? Por eso nos solemos enfadar con el tiempo y cuantas veces le pedimos el deseo de volver atrás… pero él nunca obedece las órdenes de los mortales, siempre sigue su curso implacable, dueño de sí mismo, cruel a veces y compasivo otras, seguro, directo… mi querido tiempo.
            Las mentiras vitales la construimos en nuestra soledad. Encubrimos temores crónicos, hasta situaciones de maltratos malintencionados, queriendo explicar a través de nuestras tendencias humanas y optando por explicaciones ventajosas e ilusorias para nosotros mismos. Amañamos las “cosas” a nuestro alrededor para evitar sentimientos incongruentes, inadmisibles o desagradables. Además, ese autoengaño nos hace sentirnos invulnerables ante las condiciones con uno mismo.
            Tenemos que reconocer que existen verdades despiadadas, o situaciones extremas, que atentan contra nuestro entusiasmo vital, pero ¿por cuánto tiempo?
            No sabría qué decir. “No hay mentira que prefiera a la verdad” La vida misma que vivimos es una gran mentira, en la cual nos vemos atrapados por las mismas cadenas que ha forjado la sociedad. En verdad son leyes humanas que se sustentan por la simple creencia de una sociedad que las obedece y acata ciegamente porque “las cosas son así” por mansedumbre, miedo o simplemente, por costumbre o conformismo.
            No voy a ponerme a criticar a nadie, porque en realidad el ser humano es un ser social y, lo queramos o no, siempre existirán determinaciones situaciones que dejan “arañazos”. No en el hecho que estos actos existan, sino en el hecho de aceptarlos, y de no luchar contra ellos. 
            Sin embargo la amistad es amor. Otro tipo de amor diferente al que tienes con tu pareja o con tu familia, pero amor al fin y al cabo. Una amistad es una relación donde no hay intereses más que el afecto y el bien de la otra persona. Donde te preocupas por la otra parte, que siempre está ahí. Amistad es que te llamen y que te adviertan de un peligro que no desea que te suceda; es confiar en la otra persona, entregarle un “pedacito” de ti y saber que no les va a herir. Amistad es, a veces, dejar que no te hieran y perdonar…, es querer a alguien y seguir llamándole amigo aunque haya desaparecido de tu vida. (Este artículo se lo recomiendo a aquellos amigos que tanto aprecio, aunque me hayan olvidado).

Meditación: El dolor es ese sentimiento que deja una amistad después de haberla perdido.

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