sábado, 21 de septiembre de 2013

Una de las enfermedades más dura.

      Sí es esa, en la que su término se usa para aquellas enfermedades en las que las células anormales se dividen sin control y pueden invadir otros tejidos. Estas células pueden diseminarse a otras partes del cuerpo por el sistema sanguíneo.
            Asistimos a un momento histórico en el que se han producidos importantes cambios en la concepción de la salud y en la comprensión de las enfermedades. Quizás su término sea una de las palabras más utilizadas y que más asusta cuando se habla de salud y de su reverso. Su término es empleado para un grupo de enfermedades que tienen un denominador común: la transformación de la célula normal en otra  se comporta de forma muy peligrosa para el cuerpo humano.
            Dicha enfermedad (la cual en todo el escrito no mencionaré su nombre), muchas veces nos revela una falta de coherencia entre lo que hacemos, sentimos y pensamos; esto es, como una falta de desacuerdos y contradicciones con nosotros mismos que termina por conducirnos a una pérdida de equilibrio, que nos reclama, como medida urgente, un tiempo de retiro para reordenar nuestros valores y necesidades acordes a nuestro sentir interior.
            Es una de las enfermedades de mayor relevancia en el mundo por su incidencia, prevalencia y mortalidad. Es la segunda causa de muerte en nuestra sociedad y por tanto un problema de salud prioritario.
            La Organización Mundial de la Salud (OMS), la considera como un proceso de crecimiento y diseminación incontrolado de las células, la cual puede aparecer en cualquier parte del cuerpo. Nos suele invadir nuestros tejidos circundantes y poder provocar mediante metástasis, localizarse en puntos distintos del organismo.
            Muchos tipos de esta enfermedad se podrían prevenir evitando la exposición a factores de riesgo comunes como el humo de tabaco. A parte de que un gran número de esta enfermedad puede curarse mediante cirugía, radioterapia o quimioterapia, especialmente si se detectan en fase temprana.
            Esta enfermedad se convierte así en una alerta para que rescatemos nuestra autenticidad abandonada. Por tanto un alto porcentaje de dicha enfermedad se debe a nuestros patrones de comportamientos.
            Es conveniente tener presente que nuestro pensamiento es capaz de producir cambios bioquímicos en nuestro cerebro a favor o en contra de nuestro bienestar, puesto que mente y cuerpo constituyen un todo. Entre lo que sucede en la mente y en el organismo no existe separación, y ambos se influyen mutuamente. Por eso la forma como uno piensa o siente sobre su “mal” influye en la química del cuerpo y en la evolución de dicha enfermedad.
            Debemos por lo tanto lograr que nuestro cerebro funcione a una longitud de onda de muy baja frecuencia, para percibir la realidad de una manera mucho menos amenazadora y más aceptable.
            Siempre tenemos que ser conscientes que existe una sincera esperanza que a través de la cual podamos ampliar nuestro ámbito de actuación, para incluir en él la posibilidad de que dentro de nuestra propia mente exista un poder capaz de desencadenar fuerzas que puedan facilitar el progreso de dicha enfermedad.

Meditación: Los retos son los que hacen la vida interesante: superarlos es lo que hace que tenga sentido.

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