Muchos ignoran que cada
uno puede padecer todo el dolor y el sufrimiento, que se cause así mismo. La
solución está en empezar a acercarse a las personas, con mucho aprecio y
respeto, para de esa manera valorar y reconocer, que la luz que nos ilumina nos
sirva para poder llegar a la libertad de amar y ser amado sin condiciones.
No siempre es fácil determinar la distancia en que se
cifra la cercanía. Ni tampoco es sencillo establecer cuál es en cada caso la
distancia adecuada. En determinadas situaciones es decisiva la compañía.
Tampoco es fácil caracterizar hasta qué punto y cuándo. Ahora bien, cuando se
entabla una relación fuerte, con mucho amor, las palabras no bastan; es cuando
viene el deseo de ir más allá de lo permitido. Una pantalla, un teléfono, hacen
vivir esos momentos de locura, en que no se piensa, tan solo se vive el momento
sin meditar en nada, sólo en compartirlo todo.
Las diversas formas de cercanía nos permiten distinguir
y, tal vez, elegir. Incluso soñar. Quien
ha hecho la experiencia de estar verdaderamente con alguien, de vivir
una afectiva proximidad, aquella en la que se confirma una singularidad, aunque
ni siquiera la de la posible identificación, sólo percibes una cierta soledad,
aunque sea la de la inviable reducción de nuestra propia travesía. Ya no
encontrarás reposo hasta la cercanía.
Las distancias no son nada fáciles, se extraña tanto a
esa persona, que a veces te cuesta hasta respirar, no puedes hacer nada, te
pasas el tiempo revisando para ver mensajes suyos. Ya no se piensa si vamos a
sufrir, o si la distancia, causará cambios en nuestra vida diaria. Llegando a
ser posible, que si no se proclama, no hallaremos consuelo. Sólo deseamos
sentir el cálido contacto de unas palabras y compartirlas. De esa forma, ese
tiempo consumado plenamente, es como un instante con rostro de eternidad. No es
el aroma del deseo, es la sequedad de una árida distancia. Si cerca estamos
mejor; es mejor que estemos cerca.
Desear la proximidad de alguien es necesitarla, no menos
que preferirla o elegirla, es también disfrutar del privilegio de sentirla, del
placer de una experiencia compartida.
Sí, todos sabemos que es difícil, pero seguimos esperando
el momento supremo del encuentro, puesto que tenemos la promesa que esa persona
está haciendo lo posible por acortar la distancia En el romanticismo, esto parece haber sido
sustituido por el mundo moderno que nos envuelve. Con la excusa de la soledad,
hombres y mujeres se aventuran en la más profunda comunicación, se intercambian
rápidamente sentimientos, ante un ir y
venir de palabras hermosas. Todo parece auténtica realidad (así decimos en
Psicología) “son auténticos brotes emocionales”
Por eso es bueno comprender que ninguna soledad es mayor
que otra, ni deberíamos desearla, sólo al percibir de alguna forma su ausencia,
llega al punto de no encontrarla, ni
sentirla. Incluso en la buena proximidad es imprescindible acertar con la
distancia adecuada. Ello nos hace que persigamos esa compañía, y disfrutemos
con alguien de esa búsqueda en común. Ya que ir juntos es la mejor de las
distancias.