Acostumbramos a llevarlo en el bolsillo, en cualquiera de los que se reparten por el pantalón o la chaqueta. Sin embargo ellas lo meten en el bolso, donde tardan siempre en encontrarlo más de lo que dura el timbre de una llamada. Sí, hablo del móvil, ese al que en un principio llamábamos teléfono portátil. Este, se ha convertido en una prolongación de nosotros mismos, es como un apéndice imprescindible, quizás demasiado, sin él nos sentimos perdidos y desconectado por el mundo.
Basta comprobar lo que ocurre cuando el pequeño “artilugio” permanece olvidado en casa o queda extraviado en cualquier lugar en el que hayamos estado; sentimos una sensación de zozobra, se apodera de los que lo experimentamos, estar “perdidos”, fuera de cobertura nos lleva y nos impulsa a acudir enseguida a su rescate.
Con el móvil operativo y en su sitio habitual, sentimos una especie de confort que nos invade seguridad. Decimos: ya no pasará nada que no sepamos al instante, Ya creemos que ningún imprevisto podrá sorprendernos, que no estemos enterado.
Cuando salimos de viaje, unas de la pregunta más importante que nos hacen es “¿Llevas el teléfono?” La respuesta afirmativa denota una señal inequívoca de tranquilidad en la que confiamos más allá de lo razonable.
Por ese aparato, cada vez más complicado y lleno de “iconos” nos han llegado alguna mala noticia: la enfermedad de alguien cercano, un accidente, la muerte de un familiar, etc. Pero también su presencia nos proporciona alegrías e instantes de grata felicidad. Lo mejor es lo imprevisto de la comunicación. De pronto el aparato suena y respondemos con el mimetismo torpe de lo habitual. Pocos segundos después, lo que tarda nuestro cerebro en descodificar el mensaje, una sensación de plenitud nos llena y una risa espontánea asoma a nuestro rostro, como prueba inequívoca del buen estado de ánimo que nos ha ocasionado.
Después, cuando todo haya pasado, pensaremos probablemente en el instante en que ocurrió. Hasta un segundo antes todo era normal, habitual, incluso anodino. Es una vez apagado el consabido “aparatito” y depositado en su lugar determinado, cuando nos surge la sorpresa, e inmediatamente la pregunta: ¿pero cómo sabía mi número de móvil?
--Ciertamente he de reconocer que me produjo una gran alegría al oír su voz, pero jamás pensé que también pudiera conocer mi número de móvil. Mi número del “fijo”, sí sé que lo sabe, pero éste: “es imposible”
“Tras ese acontecimiento inesperado, se inició unos breves momentos para recomponer tu mente, a la cual no le diste explicación. Es probable que no se repita en mucho tiempo, quizás nunca, pero, por si acaso, asegúrate de no olvidar tu móvil”.
Meditación: La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento.
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