Reconocer que a
medida que pasa el tiempo, lógicamente vamos cumpliendo años. Durante la
infancia y en la adolescencia es muy importante, o al menos lo celebramos con
cierto júbilo. Sin embargo, no tanto pasados los 30. No digamos a los que pasan
de los 50 o los 60, generalmente no les gusta que se lo recuerden. Pero también
existen determinadas personas que consideran el no sentirse olvidadas el día de
su cumpleaños. Para algunas personas celebrar ese día les ayuda a envejecer
mejor o, en todo caso a aceptar mejor el paso del tiempo, acercando la edad
subjetiva a la edad cronológica, es decir aquella que tenemos registrada.
Si lo pensamos
bien, la vejez no tiene edad. A los veinte como a los noventa, es posible vivir
con intensidad, siempre existen infinidad de “tareas” que podemos realizar.
Al mismo tiempo
que maduramos, somos testigos de cómo la vida se va poniendo más interesante y
sobre todo, el valor que le damos a las cosas, y a nuestros actos vividos.
Interpretando mejor la realidad, y comprendiendo que el mundo no gira a nuestro
alrededor, siendo entonces cuando empezamos a descubrirlo.
Cuando
dos personas se aman, indudablemente se aportan una a la otra las vivencias en
común, compartiendo los cuidados y los conocimientos. Juntos asumen un sinfín
de situaciones pasadas a través del tiempo, consolidando con firmeza sus años.
El amor, la
pasión y el enamoramiento entre dos personas, es un proceso dinámico que adopta
formas diferentes dependiendo de muchas variables. En los inicios se vive un
amor romántico con mucha pasión, pero con el paso del tiempo empieza a
predominar el cariño, el afecto, la dependencia mutua, la amistad, la
aceptación del otro o de la otra con sus deseos propios... Ello lleva a la
pareja a un desarrollo de lazos afectivos como la ternura, la confianza, el
respeto, a la vez nos proporciona una mayor seguridad y lealtad que incrementan
el bienestar y la seguridad de la pareja.
Nada nuevo es
aquello que se dice: “envejecer es una obligación, madurar es opcional” El
hecho de envejecer es un proceso biológico natural e inevitable en los seres
humanos, puesto que con el paso de los años nuestro cuerpo sufre los embates de
toda una vida. Pero cuando nos hacemos mayor, esa madurez se consolida
espiritual y sentimentalmente que nos permite entrar en el terreno de la
sabiduría y el amor en el ejercicio de una vida plagada de innumerables
situaciones.
Pensemos que la
belleza espiritual es de suma importancia, llegando a traspasar muchas veces la
belleza física. Aporta ilusión, luz y sobre todo vitalidad, sin importar los
años que marquen tu vida. El arte supremo de hacerse mayor es, en cierto modo,
el arte de rejuvenecer lo que está a nuestro alrededor, “cobrando” espacios
para el juego de la vida. La mente no necesita alas para viajar a través de la
ilusión y la belleza de la vida que respiramos a cada instante. Para eso es
preciso acordarse de vivir y, nuestro espíritu siempre insolente nos lo dice a
través de nuestro interior. La madurez puede ser una de las etapas más bellas
de la vida, si somos capaces de recoger y saborear, con pasión y optimismo, los
muchos valores que atesora. “El misterio está en conservar todos tus años y no
malgastarlos al final de tus días”
Meditación:
Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el
comentario.
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