sábado, 9 de abril de 2016

Cuando nos hacemos mayor.

              Reconocer que a medida que pasa el tiempo, lógicamente vamos cumpliendo años. Durante la infancia y en la adolescencia es muy importante, o al menos lo celebramos con cierto júbilo. Sin embargo, no tanto pasados los 30. No digamos a los que pasan de los 50 o los 60, generalmente no les gusta que se lo recuerden. Pero también existen determinadas personas que consideran el no sentirse olvidadas el día de su cumpleaños. Para algunas personas celebrar ese día les ayuda a envejecer mejor o, en todo caso a aceptar mejor el paso del tiempo, acercando la edad subjetiva a la edad cronológica, es decir aquella que tenemos registrada.
            Si lo pensamos bien, la vejez no tiene edad. A los veinte como a los noventa, es posible vivir con intensidad, siempre existen infinidad de “tareas” que podemos realizar.
           Al mismo tiempo que maduramos, somos testigos de cómo la vida se va poniendo más interesante y sobre todo, el valor que le damos a las cosas, y a nuestros actos vividos. Interpretando mejor la realidad, y comprendiendo que el mundo no gira a nuestro alrededor, siendo entonces cuando empezamos a descubrirlo.
            Cuando dos personas se aman, indudablemente se aportan una a la otra las vivencias en común, compartiendo los cuidados y los conocimientos. Juntos asumen un sinfín de situaciones pasadas a través del tiempo, consolidando con firmeza sus años.
              El amor, la pasión y el enamoramiento entre dos personas, es un proceso dinámico que adopta formas diferentes dependiendo de muchas variables. En los inicios se vive un amor romántico con mucha pasión, pero con el paso del tiempo empieza a predominar el cariño, el afecto, la dependencia mutua, la amistad, la aceptación del otro o de la otra con sus deseos propios... Ello lleva a la pareja a un desarrollo de lazos afectivos como la ternura, la confianza, el respeto, a la vez nos proporciona una mayor seguridad y lealtad que incrementan el bienestar y la seguridad de la pareja.
              Nada nuevo es aquello que se dice: “envejecer es una obligación, madurar es opcional” El hecho de envejecer es un proceso biológico natural e inevitable en los seres humanos, puesto que con el paso de los años nuestro cuerpo sufre los embates de toda una vida. Pero cuando nos hacemos mayor, esa madurez se consolida espiritual y sentimentalmente que nos permite entrar en el terreno de la sabiduría y el amor en el ejercicio de una vida plagada de innumerables situaciones.
              Pensemos que la belleza espiritual es de suma importancia, llegando a traspasar muchas veces la belleza física. Aporta ilusión, luz y sobre todo vitalidad, sin importar los años que marquen tu vida. El arte supremo de hacerse mayor es, en cierto modo, el arte de rejuvenecer lo que está a nuestro alrededor, “cobrando” espacios para el juego de la vida. La mente no necesita alas para viajar a través de la ilusión y la belleza de la vida que respiramos a cada instante. Para eso es preciso acordarse de vivir y, nuestro espíritu siempre insolente nos lo dice a través de nuestro interior. La madurez puede ser una de las etapas más bellas de la vida, si somos capaces de recoger y saborear, con pasión y optimismo, los muchos valores que atesora. “El misterio está en conservar todos tus años y no malgastarlos al final de tus días”

 
Meditación: Los primeros cuarenta años de vida nos dan el texto; los treinta siguientes, el comentario.

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