Entre las heridas que nos dejará la crisis económica, o mejor dicho la manera como se ha afrontado e informado de la crisis económica, se encontrará no solo las del bolsillo, sino también las del cuerpo y las de la mente.
Educados en el miedo como estamos siendo desde hace más de tres años, aflorarán en breve dolores que solo pueden explicarse porque nos alimentamos de palabras y de sentimientos compartidos, a través de los políticos.
La depresión y los ataques de ansiedad han aumentado, incluso entre los niños. Pero el miedo afecta más profundo de una manera más sutil. Devora las células del estómago, haciéndonos perforar nuestras paredes intestinales, porque el miedo lleva de la mano la preocupación, y elimina el apetito o lo desboca, destrozando nuestra digestión, como si tuviéramos ya demasiado que tragar y no pudiéramos asimilar más.
La comida se convierte en un ansiolítico al alcance de la mano, y cuando el peso aumenta llega la culpa: con las dietas se desencadena de nuevo la ansiedad, y la obsesión por la comida, y así el enemigo queda oculto por un nuevo problema.
El miedo nos calienta la cabeza con problemas y preocupaciones, las noches las pasamos en vela, y las mañana aparecen sin haber pegado un ojo, mientras sufrimos fuerte dolores de cabeza. Porque a veces, no nos damos cuenta de que somos mucho más que cuerpo, y mucho más que mente, e incluso más que corazón: y los tres se ven afectados por los peligros, cuando las cosas no funcionan bien. ¡Cuidado con la maldita crisis, porque con ella nos jugamos más de lo que pensamos!
Meditación: Toda crisis es un riesgo y una oportunidad.
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