Sí, sé que
muchos me dirán: vaya, ¡te luciste! con el título. Lo comprendo, la vida no
siempre es fácil, pero a veces nos la complicamos con nuestras ambiciones y
nuestros deseos. Los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y
se quedan para siempre. Nos cuesta entender y bastante, que la vida en sí misma es normal. Ni buena ni mala, ni
cuesta arriba ni cuesta abajo, somos nosotros con nuestras acciones,
elecciones, caprichos y decisiones desde que empezamos a caminar por ella, la que
la hacemos a veces insoportable.
Por
eso no tiene mucho sentido que encima nos la compliquemos con nuestras
actitudes. Cuando nos dejamos arrastrar por esa vorágine en que nos vemos
envueltos, es cuando nos aturdimos y a veces no sabemos por dónde tirar. Sólo
en esos momentos llegamos a comprender porque complicamos las cosas, si todo
podría ser más fácil si llegamos a experimentarla de forma profunda.
La
vida podemos llegar a comprenderla sabiendo, que realmente tiene sentido
simplemente, cuando te comunicas y no dejas detrás de ti amarguras,
incertidumbres, cuando has dejado amigos y sobre todo cuando tus huellas han
dejado un grato recuerdo en todo aquel que te ha conocido. Entonces en cuando
la vida tiene sentido.
La
solución a nuestra vida está en los problemas que nosotros mismos nos
planteamos, en nuestras personales e intransferibles razones y en cómo la vamos
desarrollando. No cabe duda que somos el resultado de cómo la vivimos y la afrontamos
en cada momento.
Cuando
nos preguntamos; ¿Por qué me encuentro así? ¿Por qué, en esta situación? Es
entonces cuando deberíamos reflexionar sobre cómo hemos utilizado nuestros
dones y talentos y deberíamos analizar realmente los méritos que hemos hecho en
función del aprovechamiento de dichos dones y talentos. Todos acarreamos sobre
nuestras espaldas un cargamento de emociones positivas y negativas. Alguna de
estas emociones son la frustración, el sentimiento de culpa, la ira, el rencor,
el desprecio, el olvido, etc.
Esta
es una de las consecuencias que nos ocurre frecuentemente. Esta ley es de la
más dura aceptación por todos nosotros, ya que no hay acción más ingrata que
echar la culpa a los demás de “nuestras desgracias”, esta ley nos invita a
mirar dentro de nosotros (de donde todo parte y todo se genera) y dejar de
mirar hacia afuera. Porque nos guste o no, en cualquier situación de la vida
sea cual fuere, nosotros siempre somos los únicos que decidimos como nos afecta
y qué hacer con ella.
Cuando
estas experiencias se forman, nuestro pensamiento tiene en cuenta la opinión
del entorno además de su actitud, sus habilidades y capacidades, para
solucionar y adaptarnos a los momentos
difíciles. Por eso, tener creencias positivas y optimista implica directamente
una mejora de nuestra autovaloración.
Vivir
hoy es como ir a la escuela, cada uno de los acontecimientos que vivimos son
lecciones que tenemos que aprender teniendo el convencimiento interno de que el
caminar por la vida es una acumulación constante de conocimientos, las
dificultades se nos aparecerán como lecciones que hemos de aprender.
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