Desgraciadamente
es una costumbre muy arraigada que llevamos dentro de nuestro ser. Y yo me
pregunto; ¿tanto sabemos de los demás, para “etiquetarlo” y formar una opinión
de ellos? Es costumbre que ante un simple golpe de vista, ya analicemos a
nuestros semejantes. Nos empeñamos en definir a los demás sin saber cómo son en
realidad. Acostumbramos a enfocar solo la parte de daño que puede hacernos una
determinada persona de la cual hablamos mal, o simplemente intentamos hacer
daño con palabras, (e inclusos con silencios), pero nunca nos tomamos el tiempo
necesario para analizar el alcance y las consecuencias negativas que podemos
causar.
Poner etiquetas
a los demás es renunciar a nuestra capacidad de percepción y no ver a los demás
como son, sino como tú ya has decidido. La pregunta que se nos viene a la mente
es: ¿por qué nos pasa esto? Quizás cuando nos sentimos molestos, disgustados,
nos predisponemos a atacar y analizar a nuestros semejantes con el fin de
hacerles daño
Las personas que
normalmente están juzgando a los demás, con frecuencia resultan incomprendidas,
puesto que son cerradas al diálogo. Son demasiadas orgullosas para verses a sí
misma, antes de juzgar a los demás. De esto se deduce que nuestro cerebro es
sensible a poner etiquetas, percibiendo lo que coincide con ellas e ignorando
lo que no coincide. Todo es un puro acto de idealización personal ante los
demás.
Es fácil darse
cuenta de la tristeza que a veces nos causa cuando al ser humano las cosas no
le marchan bien en el hogar o en su vida interior. Esas circunstancias hace que
dejemos salir de nuestros labios todo tipo de juicio, sacrificando el sentir de
cada quien o cada cual. Acostumbramos a “colgarles” etiquetas a nuestros
semejantes. Y por culpa de esas etiquetas muchas veces nos perdemos ente la
oportunidad de conocer a personas maravillosas. Sí, es posible que te formes un
juicio de alguien, y realmente no es en
absoluto como tú le consideras.
Cuando juzgamos
a alguien, cuando le criticamos, cuando hacemos comentarios sobre su conducta,
se juzga sin comprensión, fríamente y a veces hacemos daño, puesto que nuestra
visión siempre es muy limitada La
caridad y el respeto de la verdad deben dictar la respuesta a toda petición de
información o de comunicación. El bien y la seguridad del prójimo, el respeto
de la vida privada, el bien común, son razones más que suficientes para no
juzgar lo que no conoces.
Nuestra
conciencia moral, cormo juez de nuestros actos, sólo puede darse cuando éstos
son actos humanos voluntarios, o sea los actos en los que ha intervenido la
libertad de acción. No puede haber un juicio de conciencia cuando los actos
efectuados han sido obligados por una circunstancia o por una acción de
situación extraña a nosotros mismos. En
momentos estrictamente personales a veces se toman decisiones sin conocer la
verdadera causa o por seguir esquemas preestablecidos, que muy poca veces nos
permiten optar al razonamiento, en estos casos la conciencia moral quedara un
tanto en entredicho.
Para vivir bien
necesitamos poder confiar unos en otros. Por otra parte, vivir en la verdad no
significa decir todo lo que nos pasa por la cabeza. Por encima de todo debe estar siempre la amistad, que implica
también la paciencia, el respeto, y la comprensión.
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