Reconocer cuáles son nuestras verdaderas aspiraciones es clave en la toma de decisiones. Conectar con nuestras emociones y visualizarlas lleva a cabo nuestras metas, ayudándonos a reconocer nuestros verdaderos deseos y a elegirlos de acuerdo con nosotros mismos. Cuando elegimos lo que realmente queremos, nos sentimos satisfechos con nosotros mismos, aúnque corramos el riesgo de perder la aprobación de los demás.
Así estamos utilizando nuestros derechos a elegir por nosotros mismos y no por lo que la gente pueda esperar de nosotros.
El miedo a decepcionar a los demás o a perder su estima nos lleva, muchas veces, a escoger buscando la aprobación ajena en vez de actuar conforme a nuestros propios deseos, defendiendo así nuestros derechos.
¿Esta elección me aporta fuerza vital? ¿Me acercará esto al futuro que espero? ¿Reforzará mi autoestima? Cuando nos hacemos estas preguntas, antes de tomar una decisión y las respuestas son “no, no y no”, decidimos hacerlo de todos modos, al menos, tendremos claro que estamos saboteando nuestro futuro. Luego, en lugar de ser víctima de nuestras circunstancias, podemos responsabilizarnos de ellas.
Debemos elegir de forma consciente y no dejarnos llevar sin más por automatismos o por miedo a decepcionar a los demás, siendo esto también una forma de asumir la responsabilidad de las circunstancias y, por tanto de atrevernos a tomar la rienda de nuestra propia vida.
Se podría decir que nuestros deseos tienen una causa y al mismo tiempo un fin: conservar y generar la vida; es decir perpetuarla. Pero este esquema que resulta tan claro en el plano biológico, es decir, para la vida vegetal y animal, no lo es tanto con relación al hombre. En ésta, más que hablar de un círculo, tendríamos que hacerlo en una espiral cuyo eje fuera el tiempo. El apetito del deseo en el hombre no acaba con la satisfacción de la necesidad, sino que aumenta progresivamente, según parece. La imaginación humana espolea el instinto de poder y de vida hasta querer abarcarlo todo, poseerlo todo, estar en todo. La necesidad y el sentimiento de carencia, es inmenso y continuo, llegando al resultado, en que ese apetito se vuelve insaciable.
Nuestra vida es como un recipiente lleno de felicidad, pero nunca lo recibimos lleno. Solo recibimos una pequeña porción de vez en cuando, y a través de pequeñas porciones, debemos ir llenándolo gota a gota, diariamente para sobrevivir.
Bien entendido nuestros deseos no son voces oscuras, confusas y estúpidas, sino que son luminosas, claras e inteligentes. Las emociones están en la base de los mismos, puesto que de esta forma nuestra inteligencia llega a ser emocional. Visto de este modo, nuestros deseos se convierten de esta forma en el portavoz de uno mismo.
Meditación: El deseo y la felicidad no pueden vivir juntos.
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