miércoles, 1 de febrero de 2012

La naturaleza

             Dependemos de la naturaleza no solo para nuestra supervivencia física. También necesitamos a la naturaleza para que nos enseñe el camino a casa, el camino de salida de la prisión de nuestra mente.
            Nos hemos perdido en el hacer, en el pensar, en el recordar, en el anticipar: estamos perdidos en un complejo laberinto, en un mundo de problemas.
            Hemos olvidado lo que las rocas, las plantas y los animales ya saben. Nos hemos olvidado de ser: de ser nosotros mismos, de estar en silencio, de estar donde está la vida.
            Llevar tu atención a una piedra, a un árbol o a un animal no significa pensar en ello, sino simplemente percibirlos, dándote cuenta de ellos.
            Entonces se te transmite algo de su esencia. Sientes lo profundamente que descansa en el ser, completamente unificado con lo que es y dónde estás.
            Al darte cuenta de ello, tú también entras en un lugar de reposo dentro de ti mismo. Cuando camines o descanse en la naturaleza, honra ese reino permaneciendo allí plenamente.
            SERENATE, MIRA Y ESCUCHA.  Observa como plantas y animales son completamente ellos mismos. A diferencia de los humanos observa que no están divididos en dos. No viven a través de imágenes mentales de sí mismo, y por eso no tienen que preocuparse de protegerse ni potenciar sus imágenes.
            Todas las cosas naturales, además de estar unificadas consigo mismas, están unificadas en su totalidad. Tú no creaste tu cuerpo, ni tampoco eres capaz de controlar tus funciones corporales. En tu cuerpo opera una inteligencia mayor que la mente humana. Es la misma inteligencia que lo sustenta todo en la naturaleza. Para acercarte al máximo a esa inteligencia, sé consciente de tu propio estado interno, o sea de esa presencia que anima tu organismo.

            Cuando se percibes la naturaleza solo a través de la mente del pensamiento, no podemos sentir su plenitud de vida, solo vemos la forma y no somos conscientes de la vida que la anima del misterio sagrado.
            El pensamiento reduce la naturaleza a un bien de consumo, a un medio de conseguir beneficios, conocimientos o algún que otro propósito práctico.
¡Observa cuando veas a un animal, a una flor, a un árbol y mira como descansan en el ser!
            En el momento en que mires más allá de esos sentimientos mentales, sentirás la dimensión inefable de la naturaleza, que no puede ser comprendida por el pensamiento.
            Es una armonía, una sacralidad que, además de compenetrar la totalidad de la naturaleza, la sentirás dentro de ti. El aire que respiras es natural, como el propio proceso de respirar. Dirige la atención a tu respiración y te darás cuenta de que no eres tú quién respira.
            En definitiva necesitamos que la naturaleza nos enseñe y nos ayude a compenetrar con nuestro ser. Nunca podemos estar aislado de la naturaleza, todos somos parte de la vida que se manifiesta en las incontables formas de todo el Universo.

Meditación: Produce una inmensa tristeza pensar que la naturaleza habla mientras que el género humano no escucha.








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