Cuantas veces
por hábitos o imitaciones, nos inventamos mundos fabulosos, donde nos
encontramos buenos, malos y mártires o, desgraciadamente nos sentimos víctimas
injustamente elegidas por la Providencia. En realidad nada tiene de malo soñar
un poco, si uno es capaz de despertarse y diferenciar esos sueños de la
realidad.
La
crisis de los valores, la tendencia al aislamiento o al anonimato, y la
sistemática invasión de la privacidad ajena, son asuntos relacionados con un
tema en el cual no se deberían perder de
vista en ningún momento los derechos individuales. Derechos que tendríamos que
incluir, por lo menos o ser tratados con respeto, al mismo tiempo de poder
sentir, pensar y creer diferentes posiciones sobre nuestros límites; es decir: decidir
sobre las propias cosas y cambiar de opinión sin autorización; y muy
especialmente, deberíamos incluir con letras grandes y claras nuestro derecho a
decidir.
Nadie
nace temeroso de ser quien es, eso se aprende poco a poco y, paradójicamente,
de la mano de quienes más queremos. Casi al mismo tiempo, confirmamos que darle
espacio a nuestro verdadero deseo ocasiona regaños, enojo y abandono. Pero si
bien ese mecanismo puede parecer normal durante los primeros años de vida, no
lo es, al seguir anclado a una insaciable búsqueda de atención y aprobación cuando
somos adultos.
Exigir
respeto empieza por respetarse a uno mismo; y si acepto, aunque sea
esporádicamente, el maltrato o la ofensa, se considera consentida
personalmente. Por otro lado, es casi una constante que las personas que no han
desarrollado su capacidad de ejercer o defender sus derechos, tienden a
sobrevalorar los derechos, la fuerza, la habilidad y las armas de los demás,
denigrando y despreciando las propias.
Se
calcula que solamente en España hay más de cuatro millones de personas que
padecen algún tipo de ansiedad social. Es en estas personas las que se hace más
nítido y urgente aprender a decir que “no”. Hablando con sinceridad, ¿cuales
son nuestras fantasías cuando no nos atrevemos a decir que “no”? Seguramente se molestarán con uno mismo.
Pensarán que somos una mala persona e incluso dirán que no le queremos lo
suficiente. Después de todo, nunca
defraudaremos con un “no” a aquellos que nos aprecian como somos, y que son,
obviamente, los únicos que nos aprecian verdaderamente.
En
efecto, si aprendemos a decir “no” y a valorar nuestro “si”, habremos dado un gran
paso en la conquista de una mejor calidad de vida sin renunciar al gozo del
encuentro con los demás.
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