Bucear en nuestros recuerdos es una de
las mejores formas de contactar con nosotros mismos. Feliz o doloroso, el
pasado es la base de mucho de lo que somos, y debemos ser capaces de
afrontarlo. Nuestra relación con el pasado es a veces triste. A menudo
idealizando determinados momentos, muchas veces nos reconforta. Pero cuando es
doloroso, en vano queremos huir. Siempre debemos asumir que afrontar el pasado
es fuente de sabiduría. Bueno o malo, debemos aceptarlo sin quedarnos “pegado”
a él, siendo esta una forma para conocernos mejor y al mismo tiempo tomar
impulso para seguir avanzando.
Una
de las variables que ayudan a que un acontecimiento pasa a la memoria a largo
plazo es la carga emocional que tiene adherida. Y eso es lo que pasa con
algunas de las experiencias de la infancia. Además, con el paso del tiempo
vamos perdiendo perspectiva y no solemos recordar las cosas triviales no tan
positivas que vivimos en su día. Así es lógico que, en nuestra sociedad del
vivir a mil por hora, en la que nuestro propio destino a veces se nos escapa,
ejerza una atracción inevitable.
Pero
aunque lo creamos inamovible, también el pasado, o mejor, nuestro recuerdo de
él, pueden variar con el tiempo, al recibir más información sobre cómo
ocurrieron realmente las cosas, para tener mayor experiencia vital para
valorarlas.
Si
nos encargamos de llevar a cuesta todo el pasado, jamás tendremos un futuro, ni
siquiera vamos a poder vivir un presente adecuado. Conozco personas que le
echan la culpa de sus fracasos a la educación que recibieron de su familia o
peor aún a la que no recibieron. Los seres humanos, somos como los animales,
aprendemos de nuestros padres o de nuestro entorno, con la diferencia de que
nosotros podemos distinguir cual fue un buen ejemplo y cual no.
Por
ejemplo, al convertirnos en padres o madres hace que entendamos mejor un nuevo prisma de ciertos recuerdos de la
infancia o de la adolescencia. Si estamos triste es más fácil que se nos
activen los recuerdos de momentos tristes, como puede pasar a la inversa. Por eso, si de pronto sólo nos vienen a la
cabeza los malos momentos, eso no significa que no haya habido buenos.
Sencillamente es, que en ese instante, nuestra memoria selecciona aquellos recuerdos
que refuerzan nuestro estado de ánimo.
Si
nos valemos de los malos ejemplos, ya el problema no es de nuestros padres,
sino de nosotros mismos, pues en el camino aprendimos sobre el bien y el mal, y
el saber tomar decisiones. Maravilloso sería si el ejemplo recibido fuera
siempre positivo, pues nos facilitaría mucho las cosas. Siempre he dicho que
cuando uno actúa con buena intención y es sano de corazón, las cosas se van
dando por naturaleza. Pensemos siempre que el buen ejemplo ayuda en estos casos.
Es curioso pero la gran mayoría de las personas cuando hablan de sus recuerdos inolvidables se refieren a los buenos, cuando también existen los malos. Quizás sea porque estos últimos generalmente tratamos de olvidarlos, aunque al hacerlo a veces lo que conseguimos es recordarlos aun más. En la vida hay experiencias buenas y malas (y neutras). Hay que intentar tener el máximo posible de las primeras y el mínimo posible de las segundas. Y aprender de todas ellas. Y no obsesionarse con ninguna. Quizás lo que tenemos que hacer es intentar abstraernos de los malos recuerdos, pasar de ellos. Es complicado. Y los masoquistas ¿también quieren olvidar los malos recuerdos? ¿o prefieren disfrutarlos?.
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