Siempre en la vida existen
buenos momentos que merecen la pena disfrutar y cultivar una y mil veces si
fueran necesarios. Por suerte, los seres humanos tenemos la gran oportunidad de
saborear desde el momento presente, vivencias que quedaron lejanas en el
tiempo, pero que con solo un recuerdo, los hacemos actuales y nos llenan el
alma de vida. Es sencillamente la vida del pasado que a veces nos pide a gritos
volver al presente. Estos momentos nos hacen transformar el curso de una vida o
de una relación.
Cuando conocemos a una nueva persona, los primeros
instantes resultan clave, todo son parabienes y condiciones abiertas y
afectivas. Esa impresión que dura un instante deja a veces una impronta para
siempre, aunque con el tiempo desaparezca.
Es decir, continuamente centra tu atención en poder
revivir si fuera preciso con frecuencia todo lo bueno que ronda por nuestra
cabeza. Recordando esos buenos momentos desearíamos hacer realidad esas
imágenes que sobre nuestra mente circundan
El propio contacto con la naturaleza nos hace también
suponer entrar a través del silencio en esos momentos tan propicios
reflexionando sobre la propia vida. Pero; ¿qué es lo que hace que muchas veces
en nuestra vida, incluso durante el mismo día, no sepamos apreciar todo lo
bueno que todos esos momentos nos ha generado a base de esfuerzos y pequeñas
adversidades, haciéndonos caer en el más absoluto del olvido?
Todo momento incluye la posibilidad de cambio. Un momento
no es un instante insignificante, sino algo de la mayor importancia y
transcendencia
En
algunos momentos de nuestra vida nos
surge esta pregunta, ¿Por qué actúo así? ¿Tengo justificación para ellos? ¿Cómo
puedo permitirlo más tiempo? Sin darnos cuenta nos convertimos en nuestro
propio enemigo, nos maltratamos que con nuestra forma de actuar maltratamos a
otras personas. Sin darnos cuenta todo es producto de la rabia y el enfado que
tenemos hacia el “otro”, a sabiendas de que no se lo merece. Es aquí cuando
tomamos decisiones, cuando pensamos y nos damos cuenta de nuestros errores y de
nuestros aciertos; y de que encerrarnos en decir que “no”, no siempre es la
mejor opción. Nunca sabremos si esos
seres que tanto nos aprecian estarán toda la vida con nosotros, pero una cosa
si es cierta, la soledad siempre nos acompañará y ella siempre nos dirá la
verdad. Es por ello, que debemos aprender a disfrutarla. Toda la vida la
llevaremos dentro, así que más vale cuidarla.
Algunas
experiencias del momento presente pueden durar solo diez segundo, o quizás solo
uno, (lo que dé en reconocer un rostro familiar). Lo mismo ocurre cuando nos
miramos a los ojos. Cuantas veces lo hacemos y parece que nos dura una
eternidad.
Tras
haberlo meditado nos daremos cuenta de que hemos encontrado un poco más de
aquella sinrazón. Por ello, siempre es bueno dedicar un poco de tiempo a tus
pensamientos internos, a tus pesares, alegrías y a tú soledad. Nunca te
encierres en tu mundo, creyendo que siempre llevas la razón, equilibra la
balanza, pues tan bueno como la soledad, es la compañía; y a ninguna hay que
temer.
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