Aunque no sea más que una
forma de interpretar el azar o de tener una mirada optimista sobre el mundo,
todos necesitamos, en cierta forma creer en ella. El problema reside en que nos
cuesta mucho entender el cálculo de probabilidades, y por ello seguimos creyendo
que lo que sucede no es aleatorio y nos empeñamos en encontrar razones allá
donde no las hay. Quizás sólo sea, para confiar en la existencia, pero también
para actuar y así construir nuestra buena fortuna.
Todo el mundo quiere tener suerte en la vida. Pero ¿qué hacen que algunos tengan
más éxito que otros? ¿Tiene que ver realmente con nuestras capacidades y
estrategias, o con algo mucho más impredecible? En verdad la suerte existe en
todas partes y siempre, de manera inconsciente, es como una disposición a vivir
un milagro.
Así caemos en supersticiones. Hay quien pagándole pasa
por debajo de una escalera, o que vuelva a su casa y se meta en la cama cuando
un gato negro se le cruza en su camino. ¡Cuanto
nos cuesta aceptar las coincidencias! Soportamos mal una explicación basada
puramente en el azar, sin embargo, preferimos la necesidad de buscar el
destino, la conspiración, el complot, la intención buena o mala. Me pregunto:
¿por qué el azar es tan difícil de admitir?
Casi todos tenemos “un algo de la suerte” en nuestra
cartera o algún amuleto para atraer la buena fortuna. En realidad eso de los
amuletos de la suerte tiene su sentido. Como casi todo en la magia blanca, no
son otra cosa que formas de encauzar nuestra propia energía. Porque en realidad
la buena o mala suerte, aunque pueda tener algo de casualidad parece algo que
emana de nosotros mismos.
Para aceptarla sólo nos hace falta transformar el azar en
destino; es decir, darle un sentido a lo inexplicable. Creer en nuestra buena
estrella es mucho más tranquilo que vivir en un mundo en el que todo puede
ocurrir sin razón, así cada uno de nosotros recurre, para justificar lo que nos
sucede, a casualidades múltiples que hacen que los acontecimientos parezcan más
o menos gobernables.
Siempre que nos sale algo mal, es muy probable que exista
una cierta razón para ello. Y la gran mayoría de las veces, esa razón tiene una
explicación en algún error cometido. Desde luego, no podemos negar que existen
cosas inevitables, pero aquí interviene la ley de probabilidades, y no echarle
toda la culpa a nuestro cruel destino.
Nunca podremos evitar que nos llegue una determinada desgracia.
Pero sí podemos decidir si nuestra existencia se detiene allí o podemos hacer
de ella una experiencia constructiva.
¿Cuántas veces fracasamos por perseguir objetivos que no
se corresponden con nuestras necesidades? Esa noción articula la dimensión de nuestra
propia vida, o bien aprovechamos las oportunidades cuando se nos presentan y
actuamos a favor de nuestra situación, o la dejamos pasar. La suerte es como una
mirada sobre el mundo, de esa manera contribuimos a invocarla cuando cultivamos
nuestra propia capacidad.
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