Existía una tradición en la antigüedad,
y sobre todo en países orientales, la cual se le recordaba a los niños que la
única forma de llevarse bien con las personas es “siendo estricto con uno mismo
e indulgentes con los demás” Sin embargo en la actualidad no es fácil poner
este principio en práctica. La razón es que la gente hoy tiende a enfocarse en
las imperfecciones y de esa manera se sienten desconectadas e incómodas. Así
con esta actitud, su despecho comienza
culpando siempre a los demás.
Por
desgracia vivimos en una sociedad competitiva que premia la victoria sin valorar
el proceso. Comúnmente vemos a la gente con cierto realismo, a las que hacen
daño a los demás y, sin embargo cuando se trata de un acto de auto-reflexión
consigo mismo, nos volvemos confusos e incapaces de reconocerlo.
Como
decía anteriormente, no sólo somos muy competitivos sino que además parece que
estamos dominados por unos ideales de triunfo en lo profesional y en lo
personal. La indulgencia es una actitud de comprensión, es la capacidad de
estar lejos de recriminar y de culpar a las demás personas o mostrar conductas
inclementes.
Es
necesario aprender a ser indulgentes con uno mismo, por supuesto, no
inmediatamente, pero sí a través de una conducta regulada. Todos nosotros somos
seres humanos, y precisamente por eso todos cometemos errores, equivocaciones y
faltas. No somos máquinas, ni hemos sido diseñados para ser perfectos, de hecho
somos criaturas en constante evolución.
Es
cierto que ese deseo de conseguir sobresalir puede empujarnos a una carrera
profesional, pero también puede corromper los cimientos de la sana
auto-superación para transformarla en una actitud intransigente con las
imperfecciones.
Este
proceso puede alcanzar diferentes grados de intensidad. En las cotas más altas,
muchos de nosotros no somos capaces de practicar la empatía hacia los demás, ni
siquiera un mínimo de comprensión.
Esta
sociedad competitiva en la que vivimos y de la cual hablaba al principio
eclipsa todos los aspectos de nuestra existencia. “Nos pasamos la vida
contándonos historias a nosotros mismos de las percepciones de los demás, sin
pensar que siempre están sesgadas”. ¿Y qué nos decimos de nosotros mismos?
Paradójicamente, empezamos a prestarnos atención cuando ya nos comunican que
estamos “graves”.
Así
descubrimos que ¡existimos! Por eso observar los pensamientos negativos en una
sesión de meditación puede ser una
experiencia sorprendente, porque filtramos a través de nuestro cerebro racional
lo que antes criticamos Esto es una tarea que merece prioridad, puesto que la
calidad de nuestra vida siempre depende de la calidad de nuestros pensamientos,
llegando a la conclusión de que el pensamiento positivo siempre nos protege.
Esto nos ocurre con nuestras emociones, cuando son innatas e involuntarias. Así,
siendo consciente de que nos tenemos a nosotros mismo podremos ostentar cambiar
nuestra forma de enfrentarnos a las dificultades, llegando a inundar de
acciones positivas todas nuestras
emociones.
Meditación:
Las personas que no perdonan los pequeños defectos de los demás, jamás
disfrutarán de sus propias virtudes.
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