martes, 26 de junio de 2012

Pero... ¿nos duele el alma?

            Necesitamos trabajar los dolores del alma, para que sirvan solo de aprendizaje, extrayendo de ellos la capacidad de fortalecernos y aprendiendo que lo mejor de nosotros, aún está en nosotros mismos.
            Sería conveniente no frivolizar sobre el sufrimiento y el dolor y, aún menos, sobre la indiferencia que con frecuencia provocan. Ni sobre la pobreza, la enfermedad, la miseria, la ignorancia, la guerra y tantas y tantas injusticias.
            Este dolor se siente tan profundo que hiere nuestro corazón, y ofusca nuestra mente, retrocede hacia el pasado, no quiere disfrutar el presente, y al futuro queremos llegar, antes de que el tiempo pase, va adentrándose en nuestro cuerpo y al ser éste inmortal, llegará ese dolor a infligir un malestar en nuestra alma, no dejándonos descansar en paz, ya que ese dolor siempre nos acompañará.
            No reside en ningún miembro, se parece a una desarticulación, a una parte que se hace con todo, a un desenlace previo. No nos pertenece y parece más nuestro que cualquier posesión. Nos duele de una forma “singular”. No es donde lloramos, sino adonde van a parar las lágrimas que no brotan, los amores que no vivimos, las palabras que no decimos, las cartas que no escribimos, los amigos que ya no lo son, o aquellos que se fueron para siempre.
            Ahora bien, no es solo una sensación o un sentimiento. Es una incompatibilidad. Tiene la fuerza de una verdad que nos envuelve y nos arroja un frío nuevo. Entonces valoramos la amistad y la comunicación porque en tal situación se manifiesta lo que quizás nunca podremos contar, lo que no es posible ofrecer en relato alguno.
            Este dolor es tan nuestro que responde a lo que nos constituye. Cuando duele el alma, los ojos no destellan necesariamente tristeza. En ocasiones, miran con más vehemencia, como deseando, una causa, un problema, algo que afrontar, como deseando comprender.
            Cuantas veces necesitamos un abrazo, una palabra, una llamada, una alegría, etc. El alma dice y escucha. Y, en efecto, espera, tantas veces dolorida. Los dolores del alma no dejan recados, imprimen una sentencia que perdura por años. Los dolores del alma no se van en un día y no cambian de un momento a otro; y solo quien los siente puede evaluar el estrago que ellos causan.

Meditación: El verdadero dolor es que se sufre sin testigo.

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