miércoles, 31 de octubre de 2012

Las dudas.

            A veces es imprescindible dudar de uno mismo, ¿Por qué? Es que por mucho que pensemos una determinada situación, aún no estamos seguros. Sobre todo, si no se constituye una razón que nos lleve al desánimo o la paralización de dicho acto.
            No dudar es peligroso. La duda ha de ser una situación de paso, no de asentamiento. Dudar forma parte del pensar. No es exactamente lo mismo sospechar, que impregnarnos en un oscuro presagio, cuando no tenemos motivos para no esperar nada de nadie, ni siquiera de sí mismo.
            En realidad las dudas forman parte de la vida misma, es como una dosis de una certeza insatisfecha, que en no pocas ocasiones, viene a ser un estímulo para la búsqueda, la entrega, o la creación de una nueva posibilidad.
            En la vida se nos presentan momentos singulares y complejos. Quizás por eso en algunas circunstancias  se nos presentan acompañadas de ciertas incertidumbres.        Crecemos siempre desde esas dudas que laten en el corazón de nuestro pensamiento. Ellos nos hacen presuponer que quizás estemos equivocados, que tal vez no nos encontremos en un buen momento, o hayamos podido situar algunas condiciones que tanto nos alumbraron. Siempre hay en ellos, una especie de adolescencia fecunda, esa que habita y late en todas las épocas y edades, y que conviene que no estropee siempre el modo dominante.
            A veces una palabra amable, la llamada de un amigo, un gesto, una mano tendida, un reconocimiento mínimo, o incluso la consideración de lo que podría ser diferente, alientan nuestros días y nos ofrecen aire de seguridad para inhabilitar la duda.
            El afán de reconocimiento no tiene límites. La duda sobre quiénes somos y cómo vivimos ha de ser el preludio o la manifestación de la sencillez del modo en que vivimos. El afecto cercano muestra lo extravagante del privilegio de no dejar de preguntarnos cómo estamos. Quien lo hace una y otra vez, no se encuentra inseguro.             Cuando estamos mal de verdad, no hay duda. La armonía interior lleva a la serenidad y a la felicidad. Y todo esto, provoca una mejor salud. Conviene, para ir en pos de ello, que revisemos nuestras normas. Invirtamos un poco de nuestro tiempo en escribir cuáles son nuestros principios en la vida. Pensemos en cuáles son propios y cuáles ajenos. Y especialmente, consideremos cuáles son válidos y los compartamos sin dudar. Seguramente algunas de estas normas, nos llevarán a vivir la vida con seguridad.

Meditación: El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario