sábado, 20 de octubre de 2012

Amar a los árboles II.

           Los árboles son el símbolo común compartido a través de todos los pueblos de la tierra, siempre los hemos venerado a través de su arte y su leyenda, puesto que sus raíces nos unen a la naturaleza y al entorno al que pertenecemos.
            Los seres humanos compartimos una misma raíz. Cualquiera que sea nuestro origen, raza o sistema de creencias, el árbol suele ser un punto de acuerdo y encuentro natural, al margen de todas las dificultades. Las viejas historias hablan de terribles diluvios o incendios que asolaron vastas regiones de lugares míticos, de tradiciones compartidas de un modo o de otro por toda la humanidad. El árbol ha sido siempre un eje común, una presencia constante en memoria colectiva de todos los pueblos, aunque también en todas las formas de nuestra vida física y espiritual.
            Posiblemente el amor por los árboles y el bosque es uno de los rasgos que mejor reflejan la cultura de una persona, independientemente de si esta está más o menos versada en ciencias o letras.
            Siempre recordaré aquella chica que hace tiempo me decía que “asomada en la terraza de un amigo se llevaba tiempo y a veces horas, contemplando un bello y hermoso árbol, el cual se mostraba en todo su esplendor” Cuando evoco aquellos tiempos, me vienen a la memoria distintas incógnitas, como; ¿qué pasaría por su mente? Sería tristeza, amor, dolor, amistad: ¡vaya Ud. a saber! Seguro sería algo bello y hermoso, pero debido a circunstancias ajenas, ya jamás podré preguntárselo.
            La universalidad de estos mitos nos permite comprender que compartimos una misma visión en la que el árbol fue el origen y fin, centro y sustancia de un paraíso tan perdido como añorado, que debemos empezar a reconstruir aunque sea desde distintos puntos de partida.
            Cada persona, cada pueblo, cada nación, tiene sus recuerdos y sus olvidos acerca de un determinado árbol. En ocasiones, estas antiguas reflexiones nos revelan mucho  el sistema racional de los pensamientos de nuestra civilización, ya que nos enseñará a comprender y a vivir en armonía con el mundo del que formamos parte y al que los tabúes o la “profunda incomprensión” nos impiden el entendimiento entre nosotros mismos. Por eso, además, el bosque nos ofrece la oportunidad de renacer espiritualmente y encontrarnos de nuevo; a nosotros, entre nosotros y con los otros.
            Solo la naturaleza puede soñar sistemas tan perfectamente formados y así, podremos  conectarnos con ellos, y comencemos a recuperar toda la ilusión que llevamos dentro y junto al mismo tiempo que ellos nos sirvan de meditación para advertirnos de esas ideas tan nefastas, que siempre nos  acechan en el horizonte, causada por la ignorancia y las brutas fechorías de la humanidad.

Meditación: Las ilusiones perdidas son hojas desprendidas del árbol del corazón.

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