Cuántas veces decimos, “le tengo mucho afecto” o “me tiene mucho afecto. Todo está relacionado con la nostalgia, la añoranza, la melancolía, etc., y al recordarlo nos encontramos con alguna sensación de pérdida o de tristeza. No siempre es por algo pasado, o acabado, también en muchas ocasiones, es por algo que nunca ha sucedido.
No sólo debo decir que hay “cosas” que solo nos afecta, incluso nos duele. Si es cierto que se fué y, en gran parte echamos en falta lo que no tenemos y quizás sabremos que nunca lo tendremos. Toda despedida es dura.
Bastaría tal vez un mensaje, un encuentro más o menos casual, un aniversario, una coincidencia o cualquiera otra circunstancia, para que comprendiéramos que no es tan fácil desprenderse de un afecto. Insisto que todo es temporal y limitado, pero cuando, en alguna ocasión se ha sentido ese afecto por alguien, siempre permanece la llama, capaz de reactivarse.
Convencido de que es preciso despojarse incluso del recuerdo de algunos momentos o situaciones, del placer de rememorar lo vivido, de la alegría de volver a dejar una marca o señal o de abrir siquiera una mínima posibilidad, sin embargo, no está claro que siempre actuemos de forma coherente.
Sólo un gran afecto, el que se tiene por alguien y por uno mismo, el que se siente por lo ya vivido y despedido, podría liberarnos de esa añoranza que, puesta en acción, sería capaz de remover aquella situación. Pero, de no ser así, más nos valdría convivir con esa nostalgia y melancolía como modo de abrazar la vida que vivimos y la que nunca podremos revivir. Sólo así podremos proseguir.
Meditación: Tu vida no es una coincidencia, es un reflejo de tí.
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