¿Cuántas veces nos
encontramos mal, sólo por ver sufrir a nuestros semejantes? Una pena de amor,
una amistad que nos decepciona, una humillación personal, etc. En general lo
pasamos mal cuando vemos que nuestro prójimo lo pasa mal, despertando en
nuestro interior un fuerte deseo de ayudar. A esto nos preguntamos: ¿Qué
podemos hacer ante el sufrimiento ajeno; tanto para evitarlo cómo para
aliviarlo? Es cierto que para eso están los Gobiernos, pero: ¿y a nivel
personal? Deberíamos preguntarnos: “Qué estoy haciendo yo frente a ese
sufrimiento que diariamente nos presenta la vida”
Desgraciadamente
pocos podemos hacer, sin embargo, en determinadas ocasiones queriendo consolar
muchas veces, solo logramos incomodar o forzar un alivio aparente. La
naturaleza bien gestionada tiene suficientes recursos para resolver esos
problemas y solucionarlos. Si nuestro entorno se degrada, si se despilfarra los
recursos en estupideces, si se recortan las ayudas al desarrollo, lo primero es
exigir responsabilidades a sus directos responsables. Sirve de poco lamentarse
de esos problemas que nosotros contribuimos a perpetuar.
Diariamente, el
dolor sufrido por muchos de nuestros semejantes, golpea nuestra conciencia, se
mezcla con la indignación e impotencia que muchas veces nos avergonzamos de
pertenecer al género humano. Reconozco que plantearse esto, nos hace partícipe y
responsable del sufrimiento a que la vida nos presenta.
Y no digamos
cuando aparecen los sufrimientos terribles, los ligados al duelo; la muerte de
una persona amada o la enfermedad incurable de un ser querido. Estos
sufrimientos suelen ser inconsolables: nuestras palabras se presentan “torpes”
ante tanto dolor, nuestros intentos de reconfortar nos parecen irrisorios, actuando
ante una impotencia, frente al problema que se nos presenta.
En estos casos
suele aparecer la llamada “compasión emocional” que va dirigida a ese
sufrimiento ajeno, con el simple deseo de eliminar el padecimiento ajeno y
sobre todo a intentar producir un estado de bienestar al que sufre. Ante esas
situaciones hacen que aparezcan, los llamados “impulsos personales” los cuales
van dirigidos a paliar el sufrimiento que percibimos. Esta conducta compasiva
genera fuertes reacciones en nuestro ser, que van dirigidas a compadecernos de
la situación de nuestros semejantes, queriendo aliviar ese sufrimiento ajeno.
Muchos le llaman
“momentos de consolación”. El consuelo es sencillamente esas palabras y gestos
que dedicamos a alguien que sufre, cuando no podemos hacer nada para aliviarlo.
El consuelo no es una ayuda material concreta para arreglar ese problema, ni
una asistencia para disminuirlo: es simplemente tu presencia la que hace que el
sufrimiento no se acreciente aún más, haciendo más benévolo esos momentos por
los cuales la vida nos ha hecho pasar.
Ese gesto de
tristeza y compasión, genera una situación de consuelo y afecto por el ser
humano que sufre ante nosotros, y que por mucho que lo deseemos no podemos
detener su dolor, sólo mostrarle nuestras condolencias y nuestro afecto. No
es fácil saber mostrarse ante esas situaciones, puesto que para compartir ese
sufrimiento es necesario aceptar nuestra impotencia para saber actuar, sobre
todo cuando quien sufre es un ser querido.
Meditación:
Sufrir sin quejarnos es una lección que debemos aprender en esta vida.
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