No es nada nuevo mencionar que las
prisas no son las formas para llegar a una buena actitud en la vida. Ya sea en los
estudios, en el trabajo, e incluso en el amor. Siempre nos conducirán a un
estado de inestabilidad. Vivimos en una situación de momentos realmente
difíciles, en los cuales debemos aceptar la realidad, y con el convencimiento
que es mejor renunciar a las prisas.
No
me negarán que al leer diariamente los titulares de los periódicos, es como si
nos viéramos obligados a vivir de una forma acelerada, ya que la opción de
dejar de luchar, equivale a quedarnos atrás, comprobando que si nos mantenemos
en un estado de quietud, perderemos “el tren” a que la vida nos somete.
¡Qué
de veces recordamos las batallas perdidas, las amistades desaparecidas, puertas
que dejamos de abrir, todo por el simple hecho, de que las prisas no nos dejaron
tiempo para reflexionar! La vida es una sucesión de “dardos”, de problemas, de
baches continuos. He aquí la pregunta que continuamente nos hacemos: ¿por qué
casi nunca recordamos los momentos buenos? Muy sencillo, tengamos en cuenta que
esos momentos suelen permanecer poco tiempo en nuestra vida y por tanto
deberíamos de saborearlos con tranquilidad, (sin prisas), puesto que el estado
acelerado en que vivimos nos hace que permanezcamos casi siempre dolido.
Aceptar la realidad no es resignarse
Las
prisas a veces se nos presentan de forma que nos dice; ¡no sé qué hacer! Todo
se nos pone al revés, puesto que la vida es eso, levantarse diariamente y
tratar de ver y vivir una situación posiblemente incómoda, con el propósito de
trabajar para que sucedan las cosas lo más satisfactoria posibles, sobre todo,
sin pretender ni exigir resultados inmediatos. Pensemos siempre que aquellos
que son capaces de renunciar a las prisas, tomarán mejores decisiones.
Si,
es cierto que vivimos en un mundo apresurado. Todos “corremos” hacia una vida
mejor, y pierden al mismo tiempo esos momentos de las experiencias sencillas y
cotidianas que posiblemente nos hagan felices. Nos olvidamos de las pequeñas
cosas en medio de tantos asuntos, sobre todo el espacio para el reposo y la
meditación. En algunos casos se trata de liberar nuestro pensamiento de la
confusión de las prisas, al querer realizar todo apresuradamente. Cuando más
prisa tenemos, menos nos damos cuenta que realmente la tenemos. Se nos acumulan
los motivos, a veces imaginarios, mezclándolos con los auténticamente reales,
es decir; quedamos a merced de ese enemigo mental que son las prisas.
De
esta manera mientras caminamos ansiosos
hacia esa promesa que se nos presenta diariamente, la vida pasa frente a
nuestros ojos, sin apenas percibirla. Nos enredamos, en una cosa y en otra, y
no respiramos, no observamos, no apreciamos lo que está sucediendo en ese
preciso momento. Nuestra atención y nuestra ilusión se descuidan del mundo
real, todo por no querer levantar el pié del “acelerador”.
Aunque
nos parezca mentira las personas que continuamente tienen prisa, son víctimas
de experimentar sensación de culpas, todo por creer estar perdiendo el tiempo y
la vida. El problema está que ese futuro anhelado no existe, sencillamente es
una idealización mental, puesto que nadie vive en el pasado ni en el futuro.
Todo lo que nos ocurre, sucede en el preciso momento en que lo vives.
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