El amor a veces, tal como se utiliza
actualmente el término, no es amor; es solo deseo. Y el deseo sin duda a la
larga nos hará daño, porque desear a alguien como si fuera un objeto supone
ofender a esa persona. Es un insulto. Si te diriges a otra persona con un
simple deseo: ¿durante, cuánto tiempo podrás fingir que es amor?
Superficialmente parecerá que es amor, pero si ahonda un poco, verás cómo
debajo se oculta el mero deseo. Contemplar a alguien con simple deseo supone
insultarle, humillarle. Es reducir a la otra persona a una cosa, o a un simple objeto.
No existe nadie al que deberíamos considerarle como un objeto, por eso nunca se
debe utilizar ese medio para alcanzar un fin determinado.
Para
el amor, el sexo es el lugar de la comunión entre los amantes. La plenitud de
la realización del amor, es imprescindible como prueba definitiva. Es una relación
que carece de plan y cuya fuente de sentido es solo la gratificación para el
futuro, convirtiéndose de esa forma es un territorio intranscendente.
Esta
es la diferencia entre el deseo y el amor. El deseo utiliza a la otra persona
para solo colmar su apetito. Solo se limita a utilizarla y cuando ya has
terminado o circunstancialmente te es imposible mantenerla, “la tiras”.
Dado que nuestra cultura no reivindica un propio fundamento histórico, sino
que a través del tiempo desarrolla un nivel popular de profundos sentimientos
hacia el amor, nuestro carácter comunicativo
se ve eclipsado a través de sus componentes emocionales. Éstas emociones sin
contenido y, por consiguiente, sin comunicación, deja de ser un acto común. El
sexo sin amor es una sugestión “mecánica” que hace las veces de simple encuentro
circunstancial. Su eficacia estriba precisamente en su naturaleza sensual. La
capacidad del sexo para generar sensaciones poderosas, permite convertirla en
emociones tratadas mediante las interpretaciones pertinentes puesto que ya el
amor por sí mismo, nos compromete a una cierta disposición. El amor siempre nos
dirá que emoción cabe esperar de la relación sexual satisfactoria, y dicha
relación nos proporcionará unas constantes sensaciones que las convertiremos en
emociones gratificantes, gracias precisamente a esas expectativas.
Por último, el amor en la cumbre nos
conduce a la autoestima, la tentación de dar sentido a la vida, no sólo en
tanto como amor, sino también como meta a la misma vida. La confusión entre el
negocio de la pareja perfecta, genera una adicción a la condición de modelo no
acorde con la satisfacción que dicha experiencia proporciona. Así, los
individuos que habitan en esa cumbre de la pirámide del amor encuentran en su
triunfo amoroso un refugio afectivo distinto al que el sexo en teoría nos puede
ofrecer, consistente en la admiración de los sometidos, por el simple hecho del
deseo, conduciendo ese refugio a diversas formas de entendimientos, como un
sainete amoroso de una novela
rosa. El amor es un fenómeno espiritual; el deseo es un
fenómeno físico. De ese modo, uno puede “desear” desde miles de kilómetros de
distancia, no haciendo falta estar físicamente presente.
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