viernes, 19 de diciembre de 2014

Tener la razón.

            Cuantas veces nos creemos que debido a nuestra educación o a que hemos tenido unos grandes estudios, nos vemos en la necesidad de llevar siempre la razón. A veces algunas personas sin haber tenido grandes conocimientos universitarios, son capaces de darnos unos enjuiciamientos que nos hace pensar. La razón por sí misma, nos permite no tomar las cosas a la ligera, o sea pensar las cosas dos veces antes de iniciar cualquier cometido o entablar un negocio, en la que nos lleva a estudiar las consecuencias lógicas de una acción, una palabra, un pensamiento, etc.
            Ese impulso nace de la necesidad y la adaptación de protegernos cuando nos sentimos amenazados. Entonces recurrimos a “una razón” sin decisión acertada. En principio la respuesta nos parece fácil, pero desgraciadamente a la larga no nos aporta beneficios, puesto que la cuestión no está clara. Por ejemplo cuando nos enamoramos las emociones toman el mando y todo nos parece bien, pero una vez que hemos salido de ese estado de ensimismamiento nos preguntamos: ¿cómo es posible que actuáramos así, sin tener en cuenta más opciones que las que nos dicta el corazón. E incluso desatendiendo los más elementales principios de razonamiento, ni de personas que nos pueden asesorar.
             Desafortunadamente hay personas que viven como si la vida fuera una batalla: “O ganas tú o gano yo” “O tienes razón tú o la tengo yo” Sacando en conclusión ese dicho tan popular que dice: “Si no piensas como yo, estás en mi contra” Así terminamos de ver el mundo y de relacionarnos con él. Estas son frases populares que nos advierten del poder que las emociones tienen sobre determinadas cuestiones, pero hasta la fecha reciente no se han confirmado ni considerado un elemento determinante en el cual actúen procesos de auténticos razonamientos.
            Ateniéndonos a lo ante expresado debemos de considerar que todo eso genera tipos de razón; sí, pero ¿cómo? Disponiendo de un mecanismo que en último término nos advierte de lo que es más adecuado para nosotros. Y eso ni más ni menos es llegar a una reflexión para conseguir la auténtica razón. Aunque no siempre son fiables estas advertencias, llegan a trastornos psiquiátricos en los que se desvirtúan dichas funciones, las cuales pueden llegar al punto de advertirnos de peligros existentes.
            Pero, he aquí la cuestión: el hecho de que la razón sea prioritariamente una diferencia y no una superioridad nos puede servir para entender que dicha razón no sea lo que debemos considerar más elevado de nuestra inteligencia. Esto nos quiere decir que lo que se ha podido pensar es que naciera de una ilusión, puesto que es bastante natural y al mismo tiempo lógico; solo contemplar como una especie de privilegios hace de aquello una de la auténtica y exclusiva certeza. Solo que esto no es más que un sencillo argumento de orden sentimental y no es posible tener en cuenta cuando se opone a la auténtica razón
            Y para terminar y aunque parezca una utopía; una de las características de la inteligencia es aceptar que hay cosas que no sabemos, ni comprendemos, a pesar que siempre habrá muchas más por aprender. Solo la madurez emocional nos demostrará que somos capaces de admitir cuando estamos equivocados y así sabremos entender que a pesar de tener siempre la razón es necesario disculparnos.
 
Meditación: El que cree tener razón entre todas las cosas, la razón de las cosas desconoce
 

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