Cuantas veces creemos
cometer errores, y es entonces cuando lo achacamos a fracasos, olvidándonos que
las equivocaciones equivalen y forman parte de todo el aprendizaje de nuestra
vida. Con frecuencia, lamentamos no haber tenido una infancia más feliz, quizás
porque todos guardamos alguna experiencia más o menos dolorosa como parte de
nuestra historia.
Además negamos la posibilidad de reparar todo aquello que
sentimos como una asignatura pendiente y que tal vez pueda solucionarse, siempre
y cuando se haga para mejorar el presente y no con la intención de borrar el
pasado. Es posible que hubiera sido una enfermedad o el fallecimiento de una
persona importante en nuestro entorno familiar, el rompimiento de una amistad
duradera, o puede que lo que nos hubiera gustado cambiar fuera aquellos
conflictos que tenían nuestros padres.
“Si hubiese hecho, si hubiese dicho, si me hubiera
comportado de otra manera o hubiera optado por una opción determinada” En
verdad es que echamos la vista atrás y nos culpabilizamos por acciones de
nuestro pasado y pensamos que ahora estamos pagando las consecuencias. Sea como
fuere, es nuestra historia, y nuestros padres, también tienen la suya. Deberíamos comprender que nos aportaron lo
mejor que tenían y por tanto debemos aceptar que hicieron las cosas lo mejor
que supieron y pudieron, llegando esto a reconciliarnos con nuestra infancia.
Pero
el problema no es mirar al pasado y recordar. El problema viene cuando se vive
en el pasado de forma continuada. Esto puede denotar un cierto temor al
presente, a los desafíos que nos proporciona la vida, ya que si nos anclamos en
el pasado vivimos un sentimiento de inseguridad permanente por que conocimos, lo
que ocurrió, al sentimos temerosos ante un acoso continuado.
Otras veces achacamos lo que no nos gusta del presente a
situaciones desfavorables que nos ha tocado vivir, y es entonces cuando
desearíamos cambiar algunos capítulos de nuestra vida, sintiéndonos culpables
de que tenemos lo que nos merecemos y de que no somos lo felices que podríamos
ser.
Cuantas veces quisiéramos actuar de un modo distinto,
pero casi siempre repetimos los mismos errores que cometimos con anterioridad.
Por eso debemos reencontrarnos con las
heridas del pasado y afrontarlas, en vez de ignorarlas, permitiéndonos de esta
forma ejercer con libertad y elegir libremente como queremos actuar en nuestra
propia vida.
Pero si no partimos de esa aceptación satisfactoria y
andamos de continuo con la vista atrás pensando en lo que fue y en lo que pudo
haber sido, tendremos que plantearnos, si estamos viviendo con una asignatura
pendiente.
Para poder salir de esa rutina del pasado, centrémonos en
nuestra vida actual, y en estos
momentos, seamos conscientes de la situación en que vivimos, dejando de dar
vueltas a los malos acontecimientos pasados, borrando esa frase repetitiva que
nos tortura nuestra mente, como diciendo “si hubiera hecho…”
Todo ello nos permitirá perdonar, reconciliarnos y
valorar los aspectos positivos que hayamos podido desarrollar gracias a nuestra
experiencia vivida.
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