sábado, 10 de marzo de 2012

Los secretos de la mirada.

         Mucho antes de amar en la edad adulta, quizás hayamos sido queridos y acariciados por la mirada de muchos otros pares de ojos. Empezando por los de nuestros padres, los amigos, la pandilla de la adolescencia, el primer amor furtivo o posiblemente por aquella persona que te deseaba, pero solo se atrevía a mirarte. Todo ese manto de miradas constituye nuestra personalidad, nos dota de seguridad, nos prepara para el amor o la más absoluta de las soledades e interfiere en nuestros planes y proyectos de una realización personal.
            Por eso, cuando notamos la caricia de otras miradas comprobamos que es estupendo y reconfortante. La primera mirada que sentimos es la de nuestros padres. Sólo así, cuando somos bebé con una dulce mirada de nuestra mamá, quedamos libres de cualquier dolor. La vista es un sentido de mucha intensidad, porque desde la más tierna infancia nos hace entrar en el universo del placer o del dolor.
            Quienes han sido estimulados bajo la mirada de efectos negativos, suelen ser personas que se aman mal y aman peor, por eso deberíamos aprender a recoger con amor y comprensión la imagen que nos rebotan de nuestro propio espejo.
            El camino hacia la estima es una ruta de un largo camino de malabares con nuestros afectos y desafectos aprendidos, heredados, olvidados o estudiados  a través de la mirada. Desaprender cosas negativas se postula como la mejor opción, especialmente cuando ciertas miradas nos remueven: como anhelar o envidiar a quien mantiene una hermosa belleza… Sólo  aprendiendo a manejar las miradas ajenas podemos no caer en el pozo de abandonarnos física y emocionalmente.
¿Cuántas veces hemos dicho: “si la vieras con mis ojos la verías de otro modo” La vería con los ojos del amor, decía Dyango hace un par de décadas, resumiendo la posibilidad transformadora de unas pupilas clavadas en otras dos pupilas.
            Esta respuesta a la mirada del deseo amoroso tiene dos cauces; convertirnos esclavos de esos ojos y deformar nuestra identidad hasta terminar siendo sujetos pasivos,… O aquella otra mirada generosa que sólo pretende que explotemos al máximo nuestras cualidades porque cree firmemente en aquel germen que anida en nuestro interior. La primera mirada es dañina, la segunda tiene puentes hacia la afectividad sana que nace de la confianza hacia la persona que aprecias.
            A veces cuanto interés hay en una mirada que se espera al cabo de mucho   tiempo, realmente es una mirada que refleja lo que uno tanto imaginaba, quedando en ella grabado aquellos mínimos detalles como si fuera un “scáner”. Sin embargo si la mirada de la otra persona es debido al desconocimiento personal, resulta de la mayor indiferencia, puesto que jamás hubiera podido imaginar que un determinado día, esa persona la hubieras podido tener delante de ti.

Meditación: Al observador atento, la vida cotidiana le ofrece una infinidad de encantos que pasan desapercibidos para los demás.


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