miércoles, 7 de marzo de 2012

La gratitud II

        Abundan las personas que, aunque prácticamente lo tienen casi todo en la vida, se sienten desgraciadas, mientras que otras que carecen de muchas cosas,  tendrían más motivos para quejarse y sentirse desgraciadas y a pesar se  muestran muy agradecidas y satisfechas con las pequeñas grandes cosas que les depara el día a día. La diferencia está en la gratitud de las personas humildes y sencillas, cuya grandeza de espíritu saben descubrir la belleza y la maravilla de todo lo que les rodea.
            Hay algo que comparten todas las personas que conozco que ejercitan la virtud del agradecimiento y es su extraordinaria capacidad para enjuiciar sus pensamientos y sentimientos en todo lo bueno; además, saben extraer la experiencia, la sabiduría y las enseñanzas que encierran, hasta las situaciones más adversa y dramáticas.
            En esos momentos tan difíciles se blindan contra la desesperación y el dolor con cosas tan cotidianas y sencillas como el sonreír y mostrarse más alegres, respirar el aire puro del campo, contemplar la belleza de una flor, las piruetas de un perrito, la sonrisa de un bebé, un bello amanecer o atardecer, o simplemente reconciliarse con un amigo.
            Esta gratitud que poseen algunas personas de almas grandes y sencillas las llenan de paz, creando una gran armonía y sosiego allí donde estas se encuentren.
            A veces somos tan pobres en pensamientos y sentimientos que también somos pobres en gratitud y aumentamos nuestras desgracias. Las personas agradecidas lo son con todo. En primer lugar, con la propia vida, que es el primer y principal valor, y después con los demás y con las cosas.
Quien es agradecido y humilde no olvida jamás ni al bienhechor, ni el beneficio recibido, ni sus palabras y esos gestos de reconocimiento crean una unión positiva con el benefactor, que se sienten impulsados a repetir nuevas acciones generosas también por los demás.
            Hay quienes creen que todo lo bueno que tienen lo han conseguido solos. Por orgullo o, a veces, por simple desatención, no saben reconocer el apoyo que les dieron los demás en un momento o circunstancia determinadas.   Esas son las personas desagradecidas. Aunque parezca increíble pueden llegar al extremo de criticar o incluso hacer daño a quienes los ayudaron, aunque sea con el silencio y la indiferencia.  A veces se cierran todas las puertas. A veces no, pues la generosidad nunca termina. Sin embargo, como no saben experimentar agradecimiento, se sienten solas, no descubren que los demás las quieren y que merecen ese cariño. Su malestar crece  cada día y les entristece. El que agradece abre las cortinas de su alma: permite que entre el sol y proyecte hacia afuera su propia luz.

Meditación: Uno puede devolver un préstamo de oro, pero está en deuda de por vida con aquellos que son amables.

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