Abundan las personas que, aunque prácticamente lo tienen casi todo en la vida, se sienten desgraciadas, mientras que otras que carecen de muchas cosas, tendrían más motivos para quejarse y sentirse desgraciadas y a pesar se muestran muy agradecidas y satisfechas con las pequeñas grandes cosas que les depara el día a día. La diferencia está en la gratitud de las personas humildes y sencillas, cuya grandeza de espíritu saben descubrir la belleza y la maravilla de todo lo que les rodea.
Hay algo que comparten todas las personas que conozco que ejercitan la virtud del agradecimiento y es su extraordinaria capacidad para enjuiciar sus pensamientos y sentimientos en todo lo bueno; además, saben extraer la experiencia, la sabiduría y las enseñanzas que encierran, hasta las situaciones más adversa y dramáticas.
En esos momentos tan difíciles se blindan contra la desesperación y el dolor con cosas tan cotidianas y sencillas como el sonreír y mostrarse más alegres, respirar el aire puro del campo, contemplar la belleza de una flor, las piruetas de un perrito, la sonrisa de un bebé, un bello amanecer o atardecer, o simplemente reconciliarse con un amigo.
Esta gratitud que poseen algunas personas de almas grandes y sencillas las llenan de paz, creando una gran armonía y sosiego allí donde estas se encuentren.
A veces somos tan pobres en pensamientos y sentimientos que también somos pobres en gratitud y aumentamos nuestras desgracias. Las personas agradecidas lo son con todo. En primer lugar, con la propia vida, que es el primer y principal valor, y después con los demás y con las cosas.
Quien es agradecido y humilde no olvida jamás ni al bienhechor, ni el beneficio recibido, ni sus palabras y esos gestos de reconocimiento crean una unión positiva con el benefactor, que se sienten impulsados a repetir nuevas acciones generosas también por los demás.
Hay quienes creen que todo lo bueno que tienen lo han conseguido solos. Por orgullo o, a veces, por simple desatención, no saben reconocer el apoyo que les dieron los demás en un momento o circunstancia determinadas. Esas son las personas desagradecidas. Aunque parezca increíble pueden llegar al extremo de criticar o incluso hacer daño a quienes los ayudaron, aunque sea con el silencio y la indiferencia. A veces se cierran todas las puertas. A veces no, pues la generosidad nunca termina. Sin embargo, como no saben experimentar agradecimiento, se sienten solas, no descubren que los demás las quieren y que merecen ese cariño. Su malestar crece cada día y les entristece. El que agradece abre las cortinas de su alma: permite que entre el sol y proyecte hacia afuera su propia luz.
Meditación: Uno puede devolver un préstamo de oro, pero está en deuda de por vida con aquellos que son amables.
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