¿Cuántas veces a lo largo de nuestra vida nos hemos sentido culpables? Posiblemente más de las que nos gustaría. Si nos paramos a pensar, para estar a gusto con nosotros mismos deberíamos ser capaces de deshacernos de todas esas culpas que nos atribuimos sin que nos pertenezca.
Sentimientos de culpas injustificados que nos bloquean y por los que, muchas veces, acabamos actuando contra nuestros propios deseos. No por eso, a veces debemos ser capaces de ver el sentimiento de culpa cuando hay verdaderos motivos para que aparezca, como un toque de atención que nos permite avanzar y mejorar.
En realidad la culpa nos hace ser consciente de nuestros errores, ayudándonos a esforzarnos para no volver a repetirlos. Pero ¿cómo reconocer cuándo nuestros sentimientos de culpa, tan arraigados, llegan de forma injustificada?
Tal vez nos sintamos culpables porque creemos que hemos obrado mal, cuando en realidad lo que hemos hecho, es advertir de un error que por ignorancia en un tiempo se cometió, y en determinadas ocasiones hubieran causado un verdadero perjuicio a ciertas personas. Desgraciadamente todo el mundo no ve las cosas como debieran verlas, es decir el perjuicio que les hubiera originado si esa otra persona no hubiera tenido la atención de la "advertencia". Debo reconocer que pocos hubieran hecho dicha acción, pero más doloroso es cuando no se reconoce, y aún más triste es sentirse sometido un continuo rechazo y desprecio. Muchas veces creemos que algunas personas tienen la capacidad de reconocer sus errores, pero ¡no!; su "sinrazón", les hace actuar de una forma incomprendida, al no reconocer muchas cosas que ocurren a su alrededor por desconocimiento pensando sencillamente que,” muchas de esas cosas no son así".
Culpabilizarse de forma injustificada nos impide muchas veces ver situaciones con determinada claridad y obrando siempre según nos dicta nuestra conciencia. Debemos darnos tiempo para no atormentarnos y ocuparnos de nosotros mismos. Sin dudas debemos pensar primeramente en la grandeza de la amistad, y saber ponernos en su lugar. En definitiva esto es un acto de valentía que a todos nos gustaría que cuando nos suceda, siempre existiera “ese alguien” que no advirtiera, y no nos reprochara su actitud, comprendiendo que gracias a ello han quedado cubiertos esos secretos personales, que todos albergamos en nuestro interior.
Es realmente cierto que al principio, al verse herido nuestro amor propio, por una cosa aparentemente tan simple y sencilla, se suele producir una sensación de derrota o vencimiento, que es difícil de superar; es entonces cuando nuestro orgullo nos venda los ojos, no queriendo reconocer nuestra derrota, negándonos a darnos cuenta en esos momentos, de la completa seguridad de que ahora disponemos. De esta forma pienso que muchas veces, perdemos muchas de las buenas amistades, por culpa ese orgullo, sobrepasando nuestra conciencia, e impidiendo aceptar el verdadero reconocimiento de nuestro corazón.
Y cuántas veces ese exceso de orgullo no nos permite analizar y optimizar una determinada acción, llegando a estancarnos y negándonos a evolucionar.
Para terminar, solo decir, que si existe una verdadera amistad, no debemos tener ningún motivo de “preocupación por propagación”, ya que entonces dejaría de ser AMISTAD.-
Meditación: Si lastimaste el corazón de un amigo, no pases la página, primero reflexiona y si estuvo bien lo que hizo, quizás te equivocaste.
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