Decimos,
que si hay algo cierto en esta vida, es que todos antes o después, moriremos.
Desde “el irse al otro mundo”, cómo nos apunta ese dicho, es como decir: Todos
los ríos conducen el mar; igualmente la muerte también nos
conduce a ese final trágico, que nos es otro que despedirnos de esta vida. Este
es un tema que seguro nos apasiona a todos, sobre todo a aquellos que son lo suficientemente
conscientes de su propia existencia como para saber que un día dejaremos de
existir.
Cuando perdemos a un ser querido, tenemos que aceptar
tanto su muerte, como su vida; reconociendo, que aparte de sentir la tristeza
de su marcha, también el agradecimiento por todo lo que nos ha dado mientras
vivía. Por lo tanto, podemos celebrar su vida, alegrarnos de que haya vivido, recordando
que esa persona sigue viva en nuestro corazón y que también nos ayudará a
sobrellevar esos momentos.
Existe otro punto de vista referente al miedo a la
muerte, y es el punto de vista evolutivo, que sugiere de ese “miedo a morir”
considerado como algo natural, ya que el ser humano es creado para sobrevivir, reproducirse
viéndose por tanto obligado a realizar ciertos actos antes de morir, pero su
final es irreversible.
Esta toma de conciencia, nos puede plantear la siguiente
pregunta: ¿Tomamos conciencia de la fragilidad de la vida, puesto que ésta nos
ayuda a apreciar más los buenos momentos y las cosas sencillas que nos hacen
sentirnos bien? Pues sí, la muerte, de un ser amado, nos devuelve la conciencia
sobre nuestra propia mortalidad, siendo considerado como una perspectiva sobre
lo que hemos perdido, y de ahí determinamos lo que realmente somos y lo que para nosotros
es “sagrado” en el sentido estricto de la palabra. Deberíamos pensar, sobre
todos aquellos que sienten delirios de grandeza infinita, que algún día todo
acabará y sentirán la pura realidad de sus vidas, completamente “desnuda” ante
ellos, viendo cómo todo sucumbe ante sus pies, contemplando a su alrededor bajo
una mirada perdida en el infinito y, con los ojos hidratados de lágrimas de
frustración y tristeza, viendo como todo se acaba.
Es entonces cuando nos sentimos tremendamente humildes,
esperando quizás algún epitafio, el cual nunca podremos leer, y esperando el
deseo de que alguien nos recuerde, pensando sólo por el bien que hicimos en
nuestra vida.
A pesar de todo y después de todo lo dicho, ¿seguimos
viendo a la muerte con miedo? Al principio ya lo había formulado: ¿Es el miedo
a la muerte más grande que el miedo a un gran sufrimiento? Desgraciadamente
seguimos pensando que sí, ya que si nos pusiéramos más insensibles, perderíamos
el miedo a la muerte.
Si nos negáramos a asumir que la muerte forma parte de la
vida: ¿seríamos capaces de amar? Tenemos
que pensar que sí; Amar es abrir el corazón y sentirse libre. El miedo a la
muerte nos inhibe, y limita nuestra capacidad para amar. Hace que huyamos de lo
inevitable, gastando nuestras energías para defendernos de ese miedo.
Amar es estar presente y por tanto estar abierto a lo
desconocido y conectado con uno mismo, junto con aquel que se nos fue. Todos
dejaremos de existir algún día. Cada semana mueren un millón de personas en el
mundo. Una de estas semanas será mi semana. No pretendo que este hecho me
amargue la vida, aunque sería irresponsable por mi parte dejar de mencionar que
debo tenerlo presente.
Meditación:
Todos tenemos miedo, incluso los que presumen de valientes. Nacemos con miedo a
la vida y nos morimos con miedo a la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario