jueves, 10 de septiembre de 2015

A veces somos frágiles.

            A todos nos gusta sentirnos fuertes, incluso “invencibles” pero cuando nos rompemos por dentro, negamos lo vivido, nos castigamos por ello o sufrimos en exceso. Cuántas veces esa fragilidad, la vulnerabilidad o la simple necesidad de depender de otros, puede ser nuestra peor pesadilla, sobre todo para quienes tienden a verse todopoderosos y para quienes no han sido apoyados y sostenidos afectivamente, para auto-sostenerse.
           En ambos casos, generalmente suelen haber personas que no saben pedir a los demás. Para otros no es tan evidente, pero sólo el contacto con la idea de ser vulnerable nos provoca una autocrítica muy severa, inculpándonos diciendo: “soy débil”
            La vida es un flujo en el que nos vamos tropezando con dificultades y frustraciones que nos hacen darnos cuenta de lo pequeño que somos, y a la vez, de lo grande que podemos llegar a ser.
            Si nos paramos en esta vida, nos puede pasar de todo, y en cualquier momento, pero si reconocemos este hecho, nos vemos obligados a imaginarnos que somos omnipotentes. Por tanto, me pregunto: ¿Qué podemos hacer? ¿Qué podríamos decirnos a nosotros mismos cuando nos vemos en nuestra fragilidad, desde esa imagen de impotencia? Pues hablarnos a nosotros mismo y comprender que somos frágiles.
           Siempre debemos de considerar que la fragilidad no es lo mismo que la debilidad. No aceptar que somos vulnerables nos confrontan con esa dureza interior que muchas veces padecemos. La debilidad significa no ser capaz de levantarse, esperar que sean otros los que nos salven o, incluso, evitar las emociones. Mientras que la vulnerabilidad lleva consigo aceptar que las cosas pueden dolernos, que nos podemos caer, incluso “romper”, pero que al mismo tiempo somos capaces de levantarnos.
            A veces unas palabras a tiempo, son la diferencia para otra persona, aquella que te permitirá vivir bien durante un día entero… o más. Muchos están influenciados por la forma en que les miramos, por nuestros gestos, por nuestro interés, etc., siempre acerca de sus circunstancias. De esta manera, reconocemos, ¡Que estamos conectados!
            Ni tampoco podemos querernos si no somos capaces de querer a una parte de nuestro prójimo. Este es el mensaje que tenemos que ir descubriendo  inicialmente con todo aquello que signifique profundizar en nuestro propio silencio.
            Nadie puede volver atrás y empezar un nuevo comienzo, pero cualquiera puede comenzar hoy mismo y hacer un nuevo día. No importa la forma en la que interpretemos nuestro modo de vivir.
            Siempre es justo reconocer lo que podemos hacer y alcanzar, meditando acerca de nuestras propias necesidades, reconocerlas y no teniendo miedo a pedir ayuda ni disculpas, sin desvalorizar a nadie y ocuparnos que en cualquier momento de nuestra vida podemos llegar a ser frágiles.

 Meditación: Qué difícil es obtener la confianza de los que valen.

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