Hoy en día resulta extraño encontrar
alguna persona que no lleve un móvil en el bolsillo. Vivimos atados al él,
cautivo del tiempo. El lenguaje coloquial de ese “aparatito” nos muestra que el
tiempo se puede ganar o perder, dar o quitar, buscar o encontrar, tener o
tomar, etc.
Es
sin duda un recurso especial. Nos sentimos incapaces de poder apartarlo, afirmando
que no podemos vivir sin él. Con frecuencia reconocemos que el tiempo es oro,
que el tiempo vuela, o que hay que dar tiempo al tiempo. Unos de los argumentos
socialmente más utilizados, es “estar pendiente del móvil” siendo fácilmente
reconocido como excusa.
La
percepción del tiempo, nos afecta a nuestro estado mental. Lo utilizamos para
entender el curso y la duración de los acontecimientos y generar expectativas
sobre lo que acontece. Nuestra sensibilidad para percibir y responder al tiempo
está implicada también en tareas rutinarias y complejas, como atender a lo que
pasa, pensar para solucionar problemas, tomar decisiones, planificarlas o,
incluso, entender las mentes ajenas.
El
tiempo suele “volar”, si nos gusta lo que hacemos, si estamos motivados o muy
ocupados. Sin embargo se nos hace asimismo eterno cuando llevamos una carga
pesada encima, y sobre todo, cuando estamos o creemos estar en peligro. También
apreciamos un lento transcurrir si no existen llamadas o, especialmente, si le
prestamos demasiada atención; es decir, si estamos pendientes de nuestro
aburrimiento.
¿Sabemos
realmente en qué se nos va el tiempo? En parte lo perdemos y en parte nos lo
quitan: ¿cómo?, a base de reuniones improductivas, charlas interminables, programas
insulsos de pequeñas aplicaciones repletos de anuncios, viajes por el “ciberespacio”
visitas constantes a correos electrónicos, interrupciones sin ningún sentido,
desorganización que desencadenan todas en falta de planificación, etc.
Deberíamos localizar nuestros “ladrones” personales de tiempo y combatirlo con
determinación, de forma sistemática, rigurosa y metódica. Con nuestro tiempo,
llegamos a estas consecuencias que nos
impiden se amables y razonables con los demás. Con frecuencia cansa más el
pensar en lo que nos queda por hacer, que el trabajo que ya hemos realizado. A
veces lo que tenemos ante nosotros no son realmente problemas sino insulsas decisiones
a tomar. Por eso, debemos actuar ante esa persistente adicción, que puede llegar
a ser mala consejera.
En
general, no es bueno estar muy pendientes de nuestro móvil a través del tiempo
que perdemos. Prestar demasiado tiempo a nuestro “aparatito” es vivir a contrarreloj
pues su continua realización, puede
debilitar nuestro estado anímico. Controlar nuestro tiempo, o por lo menos
tener la sensación de que lo controlamos, es un factor clave para el bienestar
mental de las personas.
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