Es curioso;
¿verdad?, hablar de “los diferentes”. ¿Por qué todos quisiéramos ser
diferentes? Pero diferentes ¿a quién? En este tema de las diferencias (y
ateniéndonos al sentido estricto de la palabra diferente), muchos apuntan a esa puntualización que a la larga
podemos observar; “La diferencia estriba en la personalidad, sus atenciones con
los demás y sus ideas. Todo formado por situaciones y vivencias que durante la
vida han ido sumándose, hacen que el conjunto nos haga diferente a los demás”
¿No
es cierto? Compruébalo con tus amigos y no dudarás en que esas diferencias
existen en todos, o ¿quizás todos estemos un poco equivocado?
A
uno les gustaría ser distinto, único, exclusivo; otros querrían parecerse
punto por punto a los demás. Pero ¿a cuáles? A la mayoría, por descontado. ¿Y
cómo es la mayoría? ¿Son idénticos quienes lo componen? Y, por otra parte, ¿no
son innumerables las posibilidades de diferenciación?: Los excesivamente altos,
o bajos, los albinos, los calvos, los que tienen ojos de color insólitos, los
de actitud religiosas, feministas, machistas, independentistas, ¡Será que no
sabemos lo que queremos!
No
hay nada más natural que la diferenciación. La Naturaleza es inagotable y
pródiga, no repite ningún ser. Una rosa no brota igual a otra, por muy hermosas
que sean. Equivalente sí, pero nunca la misma, aunque cada una quepa en todas
las primaveras. Quizás el olor, “el olor es el alma de la rosa”. Una rosa no
brota igual a otra. Será la más parecida, pero nunca igual.
Pueden
afirmarse que las características de la mayoría son las normales –o sea las que
marquen las normas- Si el hombre sabiamente falso, arrebata a la Naturaleza su
primacía, ¿no será a pesar de ello, la Naturaleza una primera costumbre, sobrevenida de la misma
Naturaleza? En tal caso, ¿quién puede aquí echar en cara algo a alguien? ¿Quién
permite acongojar el corazón de otro haciendo que se vea diferente? ¿Diferente
a quién?: ¿de un semejante? ¿Con qué autoridad podemos hacer fuerza a ser
tachado de diferentes. Pero cuanta amargura cuando esto sucede, ¿no? Los
diferentes se han sentido obligado a esconderse, a huir e incluso a ser
rechazados. Hasta que llega un momento en que ya no se sabe si somos “normales”,
o fueron ellos mismos los que nos hicieron diferente por nuestra forma de ser.
En
nosotros mismos se nos da la paradoja de estar al mismo tiempo orgulloso de
nuestras diferencias y al mismo tiempo abrumados por ellas. El hombre es
racional, pero muy poco razonable. En lugar de esforzarnos por multiplicar su
reino en función de sus diferencias, procuramos empequeñecernos marcando
clases, fronteras, jerarquías, gradaciones, lenguajes y dominios.
En
estos momentos escucho el timbre de mi teléfono: ¿Será ese amigo que
tanto años espero su llamada? Dentro de
un instante se manifestará la respuesta. ¡Pues no! Una vez más, la Naturaleza
se resiste a ser diferente.
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