Decía en mi anterior capítulo que la serenidad es un aprendizaje de nuestro vivir diario. Sus principales claves son: detenerse, contemplar y amar. Por definición la serenidad, podríamos decir que es ese sentimiento de apaciguamiento por dentro y de armonía por fuera que sentimos cuando la vida nos trata bien: cuando nos hallamos en lugares hermosos, con personas a las que queremos, sin preocupaciones que nos rondeen. Pero desgraciadamente esto es algo que no suele ocurrir todos los días.
Muy a menudo tendremos que producir la serenidad en nosotros mismos, ya que nuestro entorno no es necesariamente un paraíso.
La primera dificultad que nos impide a menudo acceder a la serenidad es nuestra propia agitación interior, un eco de la agitación del mundo que nos rodea. Así pues, lo primero que debemos hacer es detenernos. Dejemos de reflexionar, de actuar, de querer. Dejemos de hacer las cosas, con nuestro cuerpo, con nuestro cerebro, con nuestra voluntad. Siempre estamos aprisionados en “el hacer”. En nuestra vida hay demasiados días en los que hemos hecho un montón de cosas, Pero, en esos días, realmente no hemos vivido, ni existido, ni siquiera hemos sentido que existiéramos. Son días de autómatas. ¿Cómo podemos afrontar esta situación?
Necesitamos intensificar nuestra presencia en los instantes favorables, y detenernos para sentir. Allá donde estemos en ese momento. Habitemos de forma diferente nuestra vida cotidiana y así podemos aprovechar los momentos cotidianos de espera para relajarnos, dejar de pensar y sentir.
Contemplar es mirar sin esperar, ni codiciar, ni juzgar. Es adoptar una posición de humildad abierta y curiosa hacia el mundo que nos rodea. Es querer comprender nuestra propia vida y establecer un vínculo con ella, antes de precipitarnos en actos para cambiarla. Es tomarse tiempo con regularidad para contemplarla y para amarla, tal como es. Amar la vida es comenzar por aceptar que es como es. No siempre “rosa”, no siempre como querríamos que fuera. En esa aceptación está el centro de la serenidad.
Es aceptación nos lleva finalmente a una decisión paradójica: la de no elegir, no rechazar, no eliminar nada. Incluso lo que no es deseable. Bueno, bello, etc.
Porque la serenidad no debe parecerse a una situación en la que podríamos refugiarnos para protegernos del mundo. Solo puede darse en nuestras vidas con regularidad y acogida hacia todo lo que existe y lo que sucede. Y es, que si lo pensamos bien, no tenemos otra elección.
Esta segunda parte, os hago ver que la vida a pesar de sus problemas, tiene momentos y lugares hermosos, solo tienes que tomarte tiempo para contemplarla y como decía al principio sólo tienes que detenerte para amarla.
Meditación: La serenidad viene cuando cambias las expectativas por la aceptación.
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