jueves, 9 de agosto de 2012

Los derechos sociales.

             Suele llamarse angustia vital a la duda temerosa acerca del sentido de la vida. (Quizás no muchas gente se la plantea de forma explícita, pero late en la médula de muchos de nosotros.) Aunque hay otra angustia no menos implacable: y es la sensación de desamparo ante un mundo que cada día deja de ser hospitalario y familiar.
            Cualquier miembro de una sociedad que se gobierne a través de un Estado, o cuya coherencia revista esa expresión política, se sentirá angustiado, y cada día más.
            Todo Estado tiende a imponerse sobre los ciudadanos; tiende siempre a transformarlos en súbditos que faciliten su labor, lo exprese o no, tiende siempre hacia “lo que nosotros digamos”.  Porque, ¿qué es el Estado? Un ente al que una sociedad determinada encomienda la prestación de los servicios generales (comunicación, transportes, energías, información, estadística, en definitiva regulación de actividades).
            Aquí podíamos pensar lo siguiente: si el Estado no sirve, pues para mejorar al hombre y la vida del hombre, sencillamente, está de más. O aún peor, interfiere en tal camino, lo interrumpe y lo defrauda, con lo cual se transforma en enemigo. En este caso no hablo de ciudadanos perseguidos, sino de ciudadanos ignorados, que se ensimisman y se callan porque desconfían y no saben a quién recurrir, ya que sus representantes se ha vuelto su adversario, envolviéndolo como una campana neumática, que le deja pasar ni la voz ni el oxígeno.
El Estado ya no es nadie, ni el poder es ya nadie: solo un muro ciego, sordo y mudo, al que no cabe identificar, ni con el de las lamentaciones, porque está sostenido por siniestros dominios, desleales al pueblo al que se deben, siendo de esa manera, solo leales entre sí.
            Los ciudadanos, con la angustia que los desuella y los amortigua, se ven crucificados y soportando entre efectos multiplicadores del mal de muchos. Se ven, digo, manipulados y vapuleados, como quijotes en medio de una situación que no se le ve salida, ignorando por qué y por quién y conque fin; incapaces de asociarse o aferrándose a un poder que nos defienda.
            Y así las cosas; ¿qué podemos hacer? refugiarnos en nuestra soledad como último recurso y resignarnos, siempre desprovisto de esa ilusión de futuro, viviendo el presente aceptando sin mirar hacia arriba ni a nuestro entorno, solo consumiendo de un modo desesperado y sin sentido. En medio de este desconsuelo, el ciudadano se hunde cada día más y más, se hunde en la amarga marea de la soledad. Hasta morir ahogado en ella   

Meditación: Mantenernos en silencio nos hace cómplices y le damos la oportunidad a los poderosos para que utilicen nuestro silencio a su favor.

 

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