La vida no deja de ser una sucesión de elecciones. Aunque a veces ahogado por la marea de posibilidades y desconectados de nosotros mismos, acabamos por no saber lo que nos conviene.
¿Natural o de fresa? ¿Pack de cuatro, de seis o de ocho? ¿Leche de vaca o de soja? ¿Recipiente de cristal, de plástico o de cartón? Nos pasamos la vida teniendo que decidir. No paramos ni un momento. Desde los yogures hasta las cuestiones más relevantes de nuestra existencia,
Como la persona con la que viviremos, el empleo que vamos a aceptar o rechazar, la concepción de un hijo, la compra de una vivienda, un compromiso político o religioso, etc., etc.
Sea grande o pequeña, cualquier elección requiere una calma mental para llegar a actuar con claridad. Para decidir de manera propiamente natural, hay que tener unas condiciones mínimas de contacto interno con uno mismo, al mismo tiempo que tranquilidad y claridad emocional. De hecho, a veces, frente a la duda, cuanta más simple es la decisión, peor nos sentimos.
Claridad mental, contacto interno y tranquilidad emocional, son tres condiciones que nos apuntan la psicología, para que nos permita decidir con serenidad, y aún así no son fáciles de alcanzar.
Lo que sí es cierto, es que en vez de vivir la libertad de elección como un logro la vivimos como un peso y una diaria incertidumbre.
En las personas, la necesidad de aceptación por parte de los demás es muchos casos en prioritaria. Desde pequeños nos resignamos a elegir para satisfacer las expectativas ajenas, principalmente las de nuestros padres. Pero se da la paradoja que cuando somos adultos seguimos haciendo lo mismo, puesto que ahora, nos dirigimos por los convencionalismos sociales.
Meditación: Todos tenemos un poder especial: la facultad de elegir.
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