Se dice que los ángeles no distinguen si andan entre los vivos o los muertos. Puede que los ángeles no existan, o que la vida sea para ellos un simple paradero. No lo sé. Lo que dura es la muerte. Es indudable que a nosotros, con frecuencia, nos ocurra lo mismo que a los ángeles. Vivir es despedirse, estar despidiéndonos. La vida es sólo una mudanza de sitio o de postura.
¿Cómo recordar desde hoy el pasado? Su ambigüedad la hemos transformado en incertidumbre; nos despojamos de lo que ahora nos parece accesorio y es posible que no lo fuera. En realidad el pasado, es ahora lo que nos ha construido como hoy somos; pero ¿era ese nuestro propósito? O ni siquiera tuvo un propósito. El pasado indeformable de hoy no es más que una invención. Sin embargo el presente, sin su confuso camino anterior, no existiría. La historia carece de principio y de fin; es como un río: el cauce empieza y acaba, pero el agua no; nadie se baña en la misma.
El presente es el último momento de esa historia…por ahora. ¿Cómo podremos interpretar mañana ese momento de hoy, tan lleno de posibilidades?
Todo lo edificamos, nosotros incluidos, sobre falsos recuerdos. Quitamos el polvo al pasado, lo ordenamos, lo archivamos muy cuidadosamente. Vemos en él la serenidad inexpresiva que se desploma sobre los cadáveres. ¡Todo es inmodificable ya!
¿Será mentira? No sólo las cosas pudieron suceder de otra manera: es que sucedieron siempre de otra manera. Confundimos lo que soñamos o imaginamos lo que vivimos. Es posible que muramos de repente.
La vida es una enrevesada continuidad de rupturas; un rumor de manos agitadas diciéndonos ¡adiós! Nos vamos de ciudades, de casas, de amigos, de amores y desamores, de soledades y de compañías.
Ignoro si afortunada o infortunadamente, no es posible volver. ¿Por qué el pasado mal interpretado o no, se cierra con la fuerza de una ostra?. También con su mutismo. Hay personas a quienes un día apreciamos y que aún conviven con nosotros; diariamente saben que estamos ahí, pero ni supieron despedirse o no tuvieron tiempo. Pero, debemos convencernos: Son el pasado.
A veces nos ilusiona un reencuentro, procuramos mirar de igual modo, caminar de igual modo, sentir lo mismo. Todo inútil. Ya no somos lo que éramos. O quizás peor, cada uno ha leído el pasado de distinta manera. ¡Era simplemente un adiós!
Siempre se nos presenta como una profunda soledad llena de adioses, resonantes como una única música que pretendemos no escuchar. No es otra la razón de que si afinamos el oído, muy dentro de nosotros, percibimos una voz que nos advierte. “Vayas donde vayas, yo iré siempre un paso delante de ti” Sencillamente es la muerte. No tenemos otra compañía más duradera.
Meditación: Las manos que dicen adiós son pájaros que van muriendo lentamente.
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