Cuando pienso en las flores, mi primer recuerdo es en la muerte. Pero, ¿por qué no en el amor? No lo sé. Quizás sea en la vida. No, no es que no me acuerde, es que no lo sé, aunque tal vez dé lo mismo, o sea es posible que sea lo de menos. He visto tantas, y en ocasiones tan dispares, que dudo que pensar. A lo mejor su atractivo está en nuestra existencia.
Las he sentido, no solo es cosa del olfato, sino mucho más. Es tal su diversidad y su complejidad que desconfío de quienes tienen demasiado claro la flor que hace falta en cada ocasión.
Una misma rosa puede ser una rosa de amor, una rosa de vida, o una rosa de muerte. Es que las flores se relacionan y dialogan entre sí, y tienen mejores o peores “conversaciones”. Dicen más o menos, una u otra cosa según su posición, su combinación su distribución, etc.
Y no sólo por un asunto de color. Algo las enlaza o desvincula que no se puede reducir sólo a asuntos de aspecto y de color. Me impresiona ver una flor totalmente sola, por muy bella que sea me produce tristeza. Parece como si estuviera esperando una ocasión para poderse manifestar. Por eso, en ocasiones, la palabra no se manifiesta solo con el sentido propio de dicha palabra, es como si las flores con todo su esplendor, anunciaran lo que en nuestro interior manifestamos. No sé si al hablar de esa flor de amor, de vida o de muerte, estoy hablando de mí, de nosotros, de lo que al final acabará marchitándose, de lo que su hermosura anuncia una despedida, pero ello no le arrebata su verdadera belleza. Confirmándonos de esta forma, hasta que punto su aspecto es tan deslumbrante como el vivir.
Meditación: A veces un bello paisaje, es un poema sin palabras.-
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