viernes, 24 de octubre de 2014

Hablar sin pensar.

             En muchas ocasiones nos encontramos ante varias alternativas y sin pensar escogemos una, quedando convencidos de que nuestra decisión ha sido la más racional, teniendo la sensación de que nada, ni nadie ha interferido en nuestra elección final. Pero si deberíamos reconocer que nos movemos por el impulso que conduce nuestra voluntad, llamada siempre por los deseos más profundos de nuestro ser.
              Pero no siempre medimos los límites, y hablamos precipitadamente sin reflexionar, sumando argumentaciones para justificarnos, llegando a situaciones en las que tropezamos, tratando de enmendar los errores que en la mayoría de los casos pagamos las consecuencias por hablar sin pensar.
                Solo tenemos que observar que cuando estamos en reunión; hablamos y hablamos de todo, sin parar y a veces sin saber con quienes intercambiamos nuestras ideas. El objetivo en estos casos debería ser, pensar antes de hablar, puesto que si no controlamos nuestras emociones, llegamos a comportarnos irreflexivamente bajos estos parámetros en situaciones comprometedoras.
              No es que, por extremada prudencia nos mantengamos permanente callados, pero sí pensemos en lo que decimos y cómo lo decimos, ya que esto puede tener poderosos efectos en nuestras relaciones, acercándonos más a las personas. Una sola frase; ¿cuántas veces puede convertirse en una alabanza o dejar una cicatriz difícil de curar? Así que, según hagamos uso de la palabra y en qué momento, éstas puedan convertirse en ventanas abiertas de par en par o en muros infranqueables.
               Esto es una cosa que nos pasa por desgracia muy frecuentemente. En realidad son momentos de enojo y, porque no decirlo, también de pasión, resultando que decimos temas de cruda moral, que a la larga tratamos de arrepentirnos actuando de forma  incompresiblemente inadecuada. Decía Honorato de Balzac; “A veces hablamos mucho y decimos poco. Para expresar más, conviene pensar más” Aprender a expresarse de forma emocionalmente correcta nos llevará automáticamente a un cambio positivo en nuestras relaciones personales. ¿Cuántas veces nos dirigimos a alguien en unos términos no muy apropiados? Y es cuando una vez dicho, pensamos: ¡no debía haberme pronunciado de “esa” manera! ¿qué pensará de mí?
               La sociedad actual nos ha enseñado que debemos ser rápidos en nuestras contestaciones, demostrando que de todo sabemos y entendemos; entonces crecemos con la idea de que las cosas lentas son una pérdida de tiempo y que en definitiva somos unos torpes al dejar de pensar. Esto nos lleva frecuentemente a las excusas. Es importante saber por qué y para qué sirven las excusas, pero si analizamos bien, que pasaría si debido a nuestra precipitación al hablar, hubiéramos obviado de esas excusas, solo con meditar un poco más lo que hubiera sido más justo decir.
               Lo primero que necesitamos entender es que si no somos íntegros y correctos a nosotros mismos no hay mucho que decir, y poca credibilidad puede tener  lo que digamos,  pues la mayoría de los problemas los ocasionamos nosotros mismos con nuestras precipitaciones y atrevimientos. Es importante ser íntegros en lo que decimos y conocernos para comprender quienes somos realmente, y para ello debemos recurrir a una nueva forma de pensar antes de hablar.
 
Meditación: Conocimientos puede tenerlos cualquiera, pero el arte de pensar es el regalo más escaso de la naturaleza.

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