martes, 18 de junio de 2013

El colapso de una pérdida.

                El colapso que siente el ser humano ante la pérdida de cualquier familiar es como un azote brutal contra los pilares que nos sostienen. Todos sabemos que algún día deberemos enterrar a nuestros familiares, pero que conozcamos este hecho y el vivir esa realidad son dos cosas diferentes. Cuando un padre o una madre mueren, parece como que todos los lazos que mantenían con nuestra infancia se han roto. Aún a pesar de ser mayor e incluso tener hijos propios, la muerte de un padre puede destruir tu sensación de seguridad y confianza. Es, quizás, cuando por primera vez te das cuenta que ya no hay nada que se interponga entre tú y la muerte.
            Es como un puñetazo en el alma. Es el único golpe en sentido figurado que suele abatir físicamente al que lo recibe. Esa muerte parece arrebatarnos casi todo. Es como un estado de shock que nos impacta en nuestra conciencia reduciendo nuestro estado sentimental.
            La sensación de dolor va a variar dependiendo de las circunstancias de la muerte, tu edad, tu propia situación familiar, tu salud, el hecho de que tengas hermanos o de que seas hijo único; todo va a impactar de forma diferente sobre tu sufrimiento.
            Entonces: ¿qué podemos hacer? Primero, es importante expresar y experimentar todos los sentimientos que acompañan a tu sufrimiento. No tienes que ser fuerte o hacerte el mártir solamente porque eres un adulto. Las lágrimas, ya sean internas o externas, no son signo de debilidad ni de una falta de fe, ya que el sufrimiento es el precio que pagamos por amar.
            En el “horizonte” esperan meses de recuerdos confundidos con el presente, de lloros compulsivos y sin consuelo de larga duración, en las que las pesadillas empiezan cuando muchas mañanas abrimos los ojos. Es un proceso natural y absolutamente necesario para seguir caminando luego en paz, con tus heridas que nunca llegarán a cicatrizar. Esa ausencia tan evidente es la de tu propia capacidad, que en muchos casos que ejercía para ese ser querido. Por eso es habitual que emerjan recurso y cualidades para salir de esos momentos tristes. ¡Ya nunca serás, la persona elegida para tu papá! Porque a veces, aparecen “trampas” que dificultan o nos impiden sobreponernos a la partida de ese ser de nuestro núcleo interno. No olvides nunca, que la felicidad se presenta en momentos inesperados, y hacen que tu vida se llene de nuevo de ilusión. ¡¡Nunca es tarde para vivir esos momentos!!
            Muchas personas creen que nunca crecieron hasta que sus padres fallecieron. No deberíamos entender estos sentimientos. Nuestros padres nos traen e este mundo y no dejan en él, regalándonos muchos dones y conocimientos. Nos dan la sabiduría para guiar a nuestros hijos y todos aquellos que esté cerca de ti. La muerte no es un regalo final, pero es el paso hacia otra generación y el comienzo de un nuevo proceso a una nueva vida. Piensa siempre, que el tributo más grande que puedes brindarles a un padre es, todo lo que puede llegar a hacer con tu vida.

Meditación: Mi padre me mencionó un día, que para tener verdaderos amigos, debo comenzar por ser verdaderamente quien soy y mostrar mis verdaderos sentimientos.

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