jueves, 21 de junio de 2012

Una nueva estación.

          Ocurre con frecuencia en primavera. Una premonición vaga nos envuelve. Casi sin darnos cuenta, encomendamos al verano nuestras más injustificadas e insensatas esperanzas. Y tal espera nos provoca el anuncio de un suceso inminente. Nos parece que, en una conjura a favor nuestro, se va invertir el mundo.
            Olvidamos que, en otras ocasiones anteriores, todo fue igual y todo acabó en lo mismo, pero cada año buscamos incansable algo nuevo. El verano es la estación propicia, la estación del transbordo y acaso la del último tren. De ahí su enigma mágico.
            Bajo sus portales se besan los amantes transitorios; bebiendo sus refrescos y al mismo tiempo disfrutando de sus caricias. Todo es deseo cuando llega, la desnudez echa en cara su triunfo a quien la vive. Todo en verano cambia de color; el brillo se amortigua, la mirada, la piel, cambia de color a través de sus rayos. La pasión y la temperatura, pasajera las dos, humedecen los cuerpos; todo evoluciona cuando estalla el verano. Brota el sudor lo mismo que un rocío, producido por el esfuerzo siempre de nuestros cuerpos. El “fuego” del mediodía mustia las flores y desaparecen los espejismos, pero ¿qué importa? ¿qué es el tiempo? Es necesario abandonarse, divertirse sin estricto sentido; verterse hacia otra parte, para olvidarse de lo cotidiano, sin pensar demasiado. Sin reclamar nada.
            Cuando en verano llueve, nos enojamos; pero, ¿por qué no existe un libro de reclamaciones a disposición de los clientes? ¿Quién no ha tenido en medio de esta decoración tan favorable y esperada durante todo el año, esos veinte días de abandono?
            Y sin embargo nos ocurre con frecuencia al terminar la primavera, ese presentimiento que nos asalta, sin voluntad apenas que el verano lo tenemos a la puerta.
            Cuando nos damos cuenta, agosto nos miente, y aparece septiembre, con sus precipitaciones, se nublan los cielos y los relámpagos descargan su ira. ¿Quién no ha pasado por un veinte se septiembre; fue el día que volvimos a la rutina. Sólo pensamos que al año siguiente volverá, pero en esos momentos, sentimos en el desconsuelo de que tenemos que volver a empezar.
            Una y otra vez, nuestras más insensatas esperanzas nos embargas… Quizás ha de ser así.


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