Esta es una frase
muy frecuente en el ámbito de nuestra vida. Que de días nos levantamos diciendo:
¡hoy me duele todo! Y nos
preguntamos ¿Qué nos pasa? ¿Por qué nos sentimos así? El dolor suele estar
asociado a la percepción de un daño que se ha producido en nuestro cuerpo.
También es un síntoma complejo que puede ser reflejo de problemas biológicos,
psicológicos, sociales o medioambientales.
A veces es necesario cambiar la
visión del dolor para entender qué es lo que debemos buscar cuando se presenta
y qué significado tiene cuando nos envuelve. El dolor se introduce en
nuestra vida de una forma lenta y pertinaz. Las causas suelen ser
múltiples, y para tratarlo es necesario un diagnóstico personalizado que deshaga
uno tras otros, es decir; todos los síntomas que lo formaron.
El dolor tiene la función de
avisarnos para que hagamos algo que consiga reparar el daño físico que lo
genera. Es realmente una sensación terrible y como indicio de un mal,
amenazante. De ahí, que una de las reacciones naturales en el ser humano es el
miedo al dolor; un miedo que es adaptativo, puesto que nos implica evitarlo.
La continuidad de esa sensación nos produce una ansiedad social, llegando a generar un sentimiento de inutilidad al no sentirnos necesarios.
Si nos esforzamos en luchar contra ello y que nada cambie, podemos llegar a
intentar mantener niveles de actividad similares a los que teníamos cuando no
sentíamos dolor, notando una situación muy por encima de nuestras posibilidades
actuales.
De esta forma podemos darnos cuenta
de que, además del daño físico, el dolor lleva asociado a una serie de procesos
psicológicos desagradables, duros y amenazantes junto al propio dolor físico y
una vez unidos, hacen que nos produzca esa situación de permanente malestar.
Las continuas situaciones de trabajos excesivos, sin periodos de
descanso, sin relajación, etc., nos obligan a descender constantemente los
niveles de adaptación. Estos niveles aumentan por las mañanas, disminuyen por
la tarde teniendo su punto más bajo por la noche, sintiéndonos al terminar el
día, verdaderamente agotados. Todo esto nos conduce a alteraciones en el ritmo
del corazón, y en ocasiones, un incremento antes las sensaciones de angustia y
ansiedad. Con los años, estas situaciones contribuyen de forma directa al “dolor crónico” sin saber responder a
que se debe.
Cuántas veces hemos apreciado que
una lucha de fracaso ante un dolor crónico, nos lleva a un estado de depresión
que a su vez potencia aún más la sensación de dolor. Todo es debido a que
nuestro estado, nos hace más insoportable, por lo que el dolor se apodera de
nosotros, haciendo que nos esforcemos más y, de esa manera establecemos un círculo
vicioso de carácter rutinario.
Meditación: Aunque nunca obres mal, no
por eso escaparás al dolor alguna vez.
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