Es cierto que a
veces llenamos nuestra vida y la completamos de “necesidades” absurdas,
aceptando y exigiendo situaciones que se nos escapan a nuestra propia razón. Muchos
confundimos ser humanitarios con ser emocionales en un sentido puramente
impulsivo. Y si lo pensamos bien, no es así. Claro que ser humanitario es un
acto emotivo, pero también es de bondad, de reflexión profunda, de querer
ayudar al prójimo lo cual nos lleva a la solidaridad. Deberíamos asumir que las
cosas no tienen por qué salir siempre bien. Si fuéramos capaces de admitir lo
absurdo, nos liberaríamos de aquellos injustos sentimientos de culpas.
Y si no queremos
ser ingenuos tenemos que actuar con cautela y
precisión. Puesto que la disciplina reflexiva es necesaria para que los
pensamientos no nos lleguen atropelladamente y no nos hagan llevar a
conclusiones absurdas que muchas provienen de la rigurosidad con que manejamos los
conceptos tal como los producimos. Rigurosidad y sinceridad, deberían ser nuestro
grito de guerra. Pero la vida nos hace saber que ante cualquier planteamiento
por impecable que sea, siempre subsiste lo absurdo, permitiendo la
consideración, que si las cosas no nos salen como estaban previstas, puede que
hallamos cometido un error de cálculos o simplemente hemos considerado un
planteamiento absurdo.
Decía en unos de
mis artículos que mientras vivamos, la vida continuamente nos presentará
inevitablemente problemas que resolver, por tanto no la deberíamos tachar de
absurda desde el punto de vista lógico, puesto que la vida está ocurriendo.
Nuestra vida no la podemos tachar de situaciones absurdas, ya que eso sería
acusarla de imposibilidad, aunque en efecto siempre es posible que esto ocurra.
Llamar a la vida absurda es incurrir en una contradicción con nosotros mismos.
Es posible que seamos nosotros los absurdos al afirmar tal cosa.
En el transcurso
de nuestra vida ¿cuántas veces se nos plantea el dilema de la necesidad de
descubrir lo real, a través de lo absurdo y enfrentarnos con ella? Siempre
existe la lucha de ese “pánico” a la propia realidad. En verdad nos causa miedo,
porque éste se encarga de oponerse a nuestros deseos, de imponernos sobre todo
el manto limitador al que siempre hemos llamado destino y que se nos presenta
como un desencanto al que hemos accedidos, mostrándonos la auténtica verdad de
lo absurdo.
Los primeros síntomas
de lo absurdo es notar una sensación de sentirnos extraños en el mundo, sin
saber qué hacer. Es como un exilio sin remedio y privado de los recuerdos, que a
veces perdidos sin esperanza de algo prometido. Ya sería de una manera absurda
plantearnos el verdadero problema de la vida misma, ya que de esa manera nos presentamos ante un modo simplemente sencillo.
Si la miramos como un problema humano, solo el hecho de analizarla, su sentido
no debería interpretarse nunca en modo alguno, como síntoma extraño. La verdadera expresión de la vida está el ser
humano cuando nos plateamos lo absurdo que lo vemos. Recuerdo la primera vez
que mi padre me dijo que algún día yo tendría que morir. Mi pensamiento nunca
había cruzado esos límites, sólo sé que me llenó de abatimiento y desde
entonces me embargó una tremenda tristeza. Aunque siempre pensaba que eso
tardaría mucho en ocurrir, hoy presiento que pronto llegará. A pesar de todo, y
a través de mis reflexiones he llegado a comprender que debo admitir lo absurdo que es la vida misma.
Meditación:
El único sitio donde el éxito viene antes que el trabajo es en el diccionario.
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