domingo, 24 de enero de 2016

La filosofía del placer.

              En mis tiempos de estudiante solía hacerme esta pregunta: Si tuviésemos que clasificar al ser humano, por su carácter o su tipología, ¿en qué grupo considerarías que tendrías que situar al filósofo? Si en algo se caracteriza al filósofo es, en buena medida, por su voluntad de pisar siempre un terreno firme y seguro y de no querer dar nunca ningún paso sin antes tener la convicción de poder darlo.
              El filósofo, al emprender su labor, admite la posibilidad de fracasar en el intento por imposibilidad personal o por el hecho de descubrir que más allá no hay nada. Sin embargo reflexionar sobre estas cuestiones, que acaso no tengan respuestas, ya es hacer filosofía. Esto nos hace a todos emprender una vida cuyo fin es la plena felicidad. Aquí nos preguntamos: ¿podríamos decir que una de las características del hombre es sentirse hambriento de placer? Yo creo que sí. De la misma manera que existe un instinto biológico, existe también una especie “instinto de placer” tanto en el plano del pensamiento, de la acción, etc. Es decir un instinto de verdad, de bien, de justicia, etc.; en una palabra, de placer absoluto.
             Una de las creencias más arraigadas en nuestra sociedad es la del placer, en el más completo sentido de la palabra. Muchos confundimos el placer con el disfrute corporal o la simple diversión, la cual se convierte en una forma de evasión. Para llegar a esa conclusión es imprescindible evitar los dolores del espíritu, que a veces son peores que los del cuerpo, sin embargo también se pueden evitar, mediante un esfuerzo por erradicar las falsas opiniones, creencias irracionales y sobre todo “las vanas esperanzas” que casi siempre son las causas de perturbaciones de nuestro espíritu, alejando el estado de serenidad, siendo justo decir que es la misión de la filosofía.
             El placer corporal es, ciertamente, un componente importante de nuestra calidad de vida, aunque su eficacia está sobreestimada hoy en día, ya que debemos diferenciar entre placer y disfrute. La vida es una sucesión de retos y éstos, a su vez, son un motivo añadido para vivirla y disfrutarla a placer. Una de las frases más pronunciada en las aulas es  la de “querer es poder” Esta máxima es aplicable a todas las funciones de nuestra vida, tanto personal, como profesional.
            ¿No es acaso maravilloso que un impulso del pensamiento pueda ayudarnos a ser el dueño de lo que tu espíritu desea?  Aunque por encima de todos estos requisitos está la experiencia que resulte de sentirnos plenamente gratificados, condición esencial, en cuya ausencia a lo más que podemos aspirar es al placer corporal. La felicidad se acerca a aquellos que saben aprovechar los placeres minúsculos, pero ensimismados en nuestra vida diaria nos olvidamos de vivir y de sentir. Y cuando nos preguntamos ¿Dónde está el placer? ¿Qué nos aporta? ¿Por qué mantenemos con él esa relación agridulce, obviándole cuando pasa a nuestro lado?
             Pensándolo bien, la forma en que una persona puede buscar la plena satisfacción del placer, es a través de lo que ya forma parte de su vida, en lugar de buscar estímulos placenteros en otros lugares. Todo lo que hay en nuestra vida ha de ser fuente de deleite y placer, además de que siempre tenemos la capacidad de reconvertir esas experiencias afectivas de dichas y alegrías que residen únicamente en nuestro interior.

 Meditación: La filosofía es la ciencia que complica las cosas que todo el mundo sabe.
 

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