En mis tiempos
de estudiante solía hacerme esta pregunta: Si tuviésemos que clasificar al ser
humano, por su carácter o su tipología, ¿en qué grupo considerarías que
tendrías que situar al filósofo? Si en algo se caracteriza al filósofo es, en buena
medida, por su voluntad de pisar siempre un terreno firme y seguro y de no
querer dar nunca ningún paso sin antes tener la convicción de poder darlo.
El
filósofo, al emprender su labor, admite la posibilidad de fracasar en el
intento por imposibilidad personal o por el hecho de descubrir que más allá no
hay nada. Sin embargo reflexionar sobre estas cuestiones, que acaso no tengan
respuestas, ya es hacer filosofía. Esto nos hace a todos emprender una vida cuyo
fin es la plena felicidad. Aquí nos preguntamos: ¿podríamos decir que una de
las características del hombre es sentirse hambriento de placer? Yo creo que
sí. De la misma manera que existe un instinto biológico, existe también una
especie “instinto de placer” tanto en el plano del pensamiento, de la acción,
etc. Es decir un instinto de verdad, de bien, de justicia, etc.; en una palabra,
de placer absoluto.
Una
de las creencias más arraigadas en nuestra sociedad es la del placer, en el más
completo sentido de la palabra. Muchos confundimos el placer con el disfrute
corporal o la simple diversión, la cual se convierte en una forma de evasión.
Para llegar a esa conclusión es imprescindible evitar los dolores del espíritu,
que a veces son peores que los del cuerpo, sin embargo también se pueden
evitar, mediante un esfuerzo por erradicar las falsas opiniones, creencias
irracionales y sobre todo “las vanas esperanzas” que casi siempre son las
causas de perturbaciones de nuestro espíritu, alejando el estado de serenidad,
siendo justo decir que es la misión de la filosofía.
El
placer corporal es, ciertamente, un componente importante de nuestra calidad de
vida, aunque su eficacia está sobreestimada hoy en día, ya que debemos
diferenciar entre placer y disfrute. La vida es una sucesión de retos y éstos,
a su vez, son un motivo añadido para vivirla y disfrutarla a placer. Una de las
frases más pronunciada en las aulas es
la de “querer es poder” Esta máxima es aplicable a todas las funciones
de nuestra vida, tanto personal, como profesional.
¿No
es acaso maravilloso que un impulso del pensamiento pueda ayudarnos a ser el dueño
de lo que tu espíritu desea? Aunque por
encima de todos estos requisitos está la experiencia que resulte de sentirnos
plenamente gratificados, condición esencial, en cuya ausencia a lo más que
podemos aspirar es al placer corporal. La felicidad se acerca a aquellos que
saben aprovechar los placeres minúsculos, pero ensimismados en nuestra vida
diaria nos olvidamos de vivir y de sentir. Y cuando nos preguntamos ¿Dónde está
el placer? ¿Qué nos aporta? ¿Por qué mantenemos con él esa relación agridulce,
obviándole cuando pasa a nuestro lado?
Pensándolo
bien, la forma en que una persona puede buscar la plena satisfacción del
placer, es a través de lo que ya forma parte de su vida, en lugar de buscar
estímulos placenteros en otros lugares. Todo lo que hay en nuestra vida ha de
ser fuente de deleite y placer, además de que siempre tenemos la capacidad de
reconvertir esas experiencias afectivas de dichas y alegrías que residen
únicamente en nuestro interior.
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