En verdad no os lo
puedo asegurar, pero sí que existen personas que perciben continuamente un
cierto estado de temor o miedo, por llamarlo de alguna manera. No es que sean
ataques de pánico, pero sí una cierta incertidumbre ante cualquier estado en
que se presentan. Sin lugar a dudas esos miedos o temores, como al principio
decía, dependen de una estricta situación debido a su propia personalidad.
Es posible que esa situación llegue a limitarle e incluso impedirle que
realicen ciertos actos en su vida privada. Otra cosa son los llamados ataques
de pánicos, los cuales hacen que nos provoquen una inestabilidad, la cual no
pueden superar.
Estos nos son
conscientes del nivel de agobio el cual expresan, al mismo tiempo que
atraviesan una inquietud o tensión que pueden llegar a ser preocupante,
llegando en algunos casos a que nuestro organismo no sea capaz de tolerar. Los
síntomas aparecen de repente en cualquier momento, sin predecir en qué lugar
nos puede sorprender. Son miedos ante un estado de perturbación de nuestro
estado de ánimo. Quien lo padece no suele identificar que le sucede, ni
siquiera el riesgo ni la amenaza que perciben.
Como es habitual
no dispongo de muchos espacios para explicar dicho fenómeno, pero ateniéndome
al corte espacio de estos artículos, solo deciros que aquellos que lo padecen
se manifiestan ante una persecución, suscitada por una sensación de mareos,
falta de aire, vista nublada y en general ante una inseguridad de que
alguien les hace daño. Son casos en que se pierde la confianza de los
propios recursos para poder afrontar situaciones concretas. La principal causa
que los motivan no son otros que una disminución del propio sentido de
seguridad.
En general, todos
hemos sentido miedo alguna vez, pero estos casos presentan carácter neurológicos, acompañados de unos
comportamientos anómalos, motivados a veces por causas que quedaron a través
del tiempo “paralizadas” en nuestro subconsciente y cuando se presentan no
guardan ninguna relación con la causa que lo desencadenan, siendo muy
recomendable en estos casos acudir a especialización facultativa. En
definitiva, cuántas veces esos miedos cumplen en nuestro interior, una actitud
de arma defensiva, la cual nos advierte de los peligros que continuamente
padecemos, permitiéndonos que sigamos “luchando” y al mismo tiempo
facilitándonos nuestra propia supervivencia.
Es justo reconocer
que ante estas actitudes, solemos actuar sin saber en realidad que nos ocurre, y
ni siquiera sabemos cómo prevenirlas, terminando siempre ante un estado de
vergüenza ante los demás, debido a las dificultades de intentar disimularlas.
No siendo mí
intención dramatizar ante estas situaciones, y comparándolas en forma de
metáfora con nuestra propia vida, siempre diré que el verdadero miedo o temor
es el “estar muerto en vida”, es decir; no saber por qué luchar. Repito una
vez más que vivir esta vida que nos ha tocado, no es fácil. El valiente no es
aquel que jamás siente miedo, sino aquel que se enfrenta a sus propias
dificultades. Sólo nosotros tenemos el poder de dar sentido a nuestra vida,
escapando a esos temores imaginarios.
Por tanto, no nos
sintamos temerosos ante las adversidades que la vida nos depara, y pensemos
siempre que nunca llegaremos a comprender lo que nuestro cuerpo es capaz de
soportar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario