No se trata de justificar por qué en
determinados momentos estamos enfadados; en verdad no trato de analizar porqué a
veces nos encontramos con un estado personal que ni si quiera nosotros mismos
podríamos justificar. La verdad es que, ¿cuántas veces nos surge esas
circunstancia en que nos sentimos amenazados, lo que nos pone en la extrema
situación de discutir o huir? Sí es cierto que el enfado supone una negación a
la propia realidad, y simplemente eso hace que determinados actos no nos gusten.
Eso hace que interiormente muchas cosas nos duela y es entonces cuando
reaccionamos con agresividad.
Es
justo reconocer que en cualquier caso, siempre que nos enfadamos, algo se
altera en nuestro interior, y nos manifestamos atacando con una actitud de
defensa. Algunas personas no reaccionan exteriormente ante la ira, pero lo
manifiestan a nivel interior; es decir, lo almacenan produciendo un
resentimiento que termina con la ira en el tiempo, haciendo que ese efecto
negativo sea cada vez mayor, hasta que llega un día en que “explotamos” y esa
onda casi siempre afecta a otras personas que posiblemente no tengan motivos
para recibir nuestras agresiones. Se trata ni más ni menos, de una alteración
de nuestro propio estado emocional.
Es
curioso, pero nos enfadamos en relación directa al nivel de nuestras exigencias
y nuestras expectativas, y por el contrario inversamente proporcional al nivel
de nuestra aceptación. Tampoco se trata de considerar esos momentos de enfado
como un asunto propio, puesto que en ese caso, sería una intención de egoísmo.
Haciendo un estudio mental, sería conveniente proponer un término medio, que
debiera consistir en observar nuestros enfados desde una perspectiva más
general, no centrada en uno mismo, y buscar una situación en la que todos
ganemos.
Pero
¿qué pasa cuando el enfado se manifiesta en estado permanente? Es decir, que
estamos todo el tiempo con el ceño fruncido y a la expectativa de iniciar
cualquier tipo de pelea. Es entonces cuando podemos determinar que somos
personas con un estado de mal humor tan acentuado, que nuestra condición, es de
un estado crónico permanente. Lo inusual no es que tengamos esos arrebatos
repentinos en nuestro carácter. Así parece que ese enfado se va convirtiendo en
nuestra manera “normal” de ser en nuestra vida. Son los casos, en que todo nos
saca de quicio, todo nos molesta; nos volvemos irritables y “saltar” por
cualquier cosa es la nota más predominante.
Y
es que aunque el enfado aparezca de forma esporádica, siempre estamos en
continuo estado de riesgo, al generar en nuestras vidas emociones
impredecibles, y eso hace que nos volvamos agresivos, y dispuestos a jamás
perdonar, teniendo en cuenta que al primero que daña es al que lo padece, como
decía anteriormente que afecta de forma directa a nuestro estado emocional.
Está teóricamente comprobado que los que se enfadan asiduamente son personas
propensas a padecer intranquilidades, ideas de tipo extravagantes, ansiedad,
depresión, etc. Sin embargo si tenemos
la actitud de detenernos e intentar identificar nuestros sentimientos,
estaremos dispuestos a expresar esas alteraciones para realizar los cambios
oportunos, llegando a resultados completamente diferentes.
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