domingo, 11 de noviembre de 2012

Decidir sin razonar.

            Desde toda la vida existe la creencia de que un comportamiento inteligente es el que se basa en un buen razonamiento. Cuando se trata de tomar decisiones importantes, lo tradicional es pensar que razonar ampliamente es lo que se debe hacer, antes de tomar la determinación de emprender una acción, resultando totalmente necesario e imprescindible.
            Generalmente se ha considerado que la razón es el instrumento principal y superior  de los seres humanos y que la intuición es algo infalible y secundario, propio de mentes inferiores.
            Pero las investigaciones han hecho ver que la mente es algo así como una caja de herramientas adaptada para utilizarla en  más de una ocasión, llegando a decisiones importantes, recogiendo a su vez  comportamientos de carácter individuales.
            Por eso, en realidad en esos momentos tan importantes, acabamos de forma natural, dejando que las sensaciones hagan el trabajo que habíamos reservado a la mente y a la razón.
            Las decisiones más importantes de la vida no se toman de manera estrictamente lógica y racional, sino dejándose llevar por sensaciones que uno no puede explicar muy bien, pero que le guían de una manera bastante firme.
            Está comprobado, incluso al decidir, qué actitud tomamos en determinados momentos. La satisfacción posterior es mayor cuando uno se basa en la sensación interna de que ha elegido lo que más le gusta, no lo más adecuado. Aunque dejar en manos de la intuición la resolución de los dilemas más transcendentales de nuestra vida, es algo muy habitual.
            De hecho cuando una persona tiene que empezar a sopesar los “pros y los contras” de lo que quiero o lo que no quiero; algo nos suele salir mal.

Meditación: La razón se compone de verdades que hay que decir y verdades que debemos callar.

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