Aunque muchos
podamos en ocasiones permanecer solos, el temor a la soledad es un estado que
requiere ser atendido para evitar sufrimientos. Ese temor es contraproducente
en aquellos casos en los cuales una persona está inmersa en una relación
destructiva, dado que no le permite salir de ese estado en el cual se
encuentra. Simplemente es razón de no
quedarse solo. Ese temor hace que nos sintamos incapaces de soltar esa
relación que no funciona, por mucho que estemos sufriendo con ella.
Para muchos la
soledad equivale al infierno: buscamos esquivarla a cualquier precio. Sobre
todo, cuando nos conduce hacia nuestro mundo interior, en el cual nos asustamos
y nos sentimos incómodos. Hay momentos en nuestra vida que estamos llenos de
angustia y desprovisto de sentimientos de seguridad, por eso nos parece
aterrador. Siempre hemos tenido momentos en nuestra vida, incluso experiencias
que fueron difíciles de asimilar, siendo estas el motivo de vivir la soledad
con ansiedad.
Todos deseamos
comunicarnos con aquellos seres queridos que amamos y apreciamos; formas con
las que muchos nos comunicamos sin palabras, por eso en cuanto usamos las
palabras, las convertimos en etiquetas, que tomamos con realidades.
Al hablar decimos
lo que creemos que es correcto, pero a veces la otra persona no capta nuestra
forma de expresarnos, por lo que nuestras palabras no producen el efecto
deseado de aclarar una situación a fin de fomentar un entendimiento mutuo. A
solas, podemos escuchar tal vez el murmullo incesante de cuanto
pensamos. Todos pasamos por épocas en que no tenemos a nadie en quien
apoyarnos, nadie con quien compartir experiencias, ni a quienes contar
cuestiones personales e íntimas, con quien podríamos intercambiar ideas, con el
simple deseo de que comprendan nuestros sentimientos personales en momentos
determinados.
¿Cuántas personas
viven una situación de silencio por el rechazo social a que se ven sometidas? El mundo nos
empuja a momentos críticos, pero en medio de toda esta situación aparecen luces
en el trayecto de la vida, hombres y mujeres de fe, capaces de detenerse en el
camino para escucharnos. A lo largo de nuestra vida y sobre todo en los
momentos de dolor, solemos experimentar abandono y lejanía, parece que Dios no
interviene en nuestro drama humano y a menudo surge la pregunta ¿por qué a mí? Es entonces cuando el
que sufre llega incluso a reprocharle a la Providencia su abandono, y es justo
cuando las fuerzas más fallan.
Es cierto que nos
gusta la compañía de las gentes, las actividades, los eventos sociales, pero si
nos encontramos algunas horas en soledad, es cuando debemos tener la suficiente
capacidad para vencer esos momentos que nos angustia. El silencio interior
es esencial para poder oír la llamada de la belleza y poder responder a
ella. A veces nos dejamos llevar por el pesar. En realidad, ante esa
situación, volvemos a establecer lazos de unión afectivos, siendo el objetivo
principal, determinar esos “lazos” de unión para no estar concentrado en la
soledad, y recuperar un nuevo proyecto de vida.
Pensemos siempre
que cuando estamos en una etapa tan oscura, debemos valorar mucho más la luz, y
darnos cuenta de que cuando estás en tu peor momento tienes más recursos de los
que crees.
Meditación: No tiendas a eliminar a las personas del pasado; eso
solo da soledad.
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