lunes, 3 de junio de 2019

La aceptación.


         Para empezar, os diría que los términos optimismo y pesimismo describen el modo de como las personas interpretan las acciones buenas o malas que nos suceden.  Muchos de nosotros preferimos liberarnos de alguna parte de las cosas que la vida nos ha presentado, como malos recuerdos, alguna ansiedad que se nos presenta ante los más mínimos detalles, una tristeza que nos asalta sin avisar o incluso la reconciliación con aquel amigo olvidado.
            Aceptar no significa aprobar ni tolerar. Aceptar no significa admitir el mal. Aceptar no significa conformarse con todo, ni actuar como si aquello no existiera o no tuviese importancia, ni someterse como oprimido.
            Tratar de acallar las emociones de algunos hechos en nuestro interior, solo nos proporcionan un mal recuerdo. Es esa lucha que libramos diariamente contra nosotros mismos, que nos agota y nos roba esas energías que necesitamos. Sin embargo, a veces dejamos que nos invada, mostrando un camino para que, poco a poco acabe desapareciendo.
            Cada vez que nos tropezamos con determinado problema, tratamos de solucionarlo, efectuando interpretaciones personales en el ámbito que nos rodea. De esa manera nos acostumbramos a que aquellos actos no lleguen a tener consecuencias considerables. Aunque la aceptación es importante, en ningún caso es sinónimo de resignación o pasividad. Tratar de mejorar nuestra vida o protegernos de los peligros es más que legítimo. Si experimentamos emociones y sentimientos es porque nos “toca el corazón”: sin embargo, el miedo y el silencio siempre lo acentuamos ante la incertidumbre. En pocas palabras, lo que sentimos, es lo que no nos gustaría percibir, puesto que es evidente que mostramos un continuo interés.
            La aceptación también puede estar dirigida hacia otras personas, con un sentido similar, aceptando sus errores y sus equivocaciones, considerando lo bueno que aquellos momentos nos provocaron grandes emociones. En estos casos podemos decidir entre aceptar las ideas del otro o compartirlas: En el primer caso, no es necesario estar de acuerdo, aunque existe un límite marcado por la ética y la moral, a pesar de que se puede estar de acuerdo, indicando claramente que se comparten los mismos criterios.
            Aceptar las propias decisiones es algo que también se aprende. Para nosotros, lo natural es liberarnos de lo que nos hace daño y cuando se nos presenta un problema, volvemos a caer en la trampa, intentando controlar nuestros pensamientos y emociones. ¿Cuánto tiempo hace ya? ¡¡Mucho, verdad!! He aquí presente la aceptación, la cual es un trabajo diario, a pesar de estar grabada en nuestra mente, y como observamos, el tiempo no lo olvida.
            Es posible que esto nos suceda, como si un pensamiento de anulación hubiera estallado de pronto en nuestra mente. Si, realmente, puede ser algo así; pero eso no suele ocurrir. Todas esas emociones, lógicas y habituales, las mantenemos vigentes. Ellas, representan la lucha que se agita en nuestro interior, con sus recuerdos; siendo esas acciones las que evocamos periódicamente. ¿Cuántas veces tratamos borrarlas de nuestra mente? Aunque a pesar del tiempo, persisten. En estos casos, aunque utilicemos gran parte de nuestro propósito, solo nos queda, la aceptación.
             
Meditación: No estés triste porque se terminó, sonríe porque aquello ocurrió.

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