¿Cuántas veces al día nos enfadamos?
Pues, sinceramente, bastantes. La mayoría de las personas pasamos demasiado
tiempo enfadadas, aunque sea sólo explosiones cortas de un grito o dos, pero
reiteradas. Desde luego hay personas más predispuestas a enfadarse que otras,
pero en general, el enfado es tan consustancial al género humano como comer y
andar. Nos enfadamos con los hijos, con los amigos, con la pareja, con el
trabajo, con la vida. Y prueba de ello es la cantidad de sinónimos que la
palabra tiene; desde ira, indignación o rabia, hasta expresiones familiares
como “cabrearse”, “sulfurarse”, “estar hasta el moño” o “estar de mala uva”.
El
enfado es como una batería que se va cargando, y cada vez coloca a las partes
en posiciones más enfrentadas, haciendo nuestros esfuerzos más ineficaces.
Cuando
nacemos ya empezamos a desarrollar nuestro repertorio de expresiones
disconformes y luego, al hacernos mayores en vez de berrear y patalear
insultamos, o nos inventamos nuevas formas más intensas como agredir o difamar.
Por suerte algunos también aprenden a dominar las frustraciones.
Pero:
¿qué es lo que nos enfada? Pues tres razones: los demás, las circunstancias y
nosotros mismos. En los tres casos el enfado puede estar más que justificado:
si te roban la cartera, o te dicen lo que no quieres escuchar, (aunque sea
verdad) o te has olvidado las llaves de tu casa cuando ya está lejos.
Realmente
son muchos los casos que provocan la indignación, pero hay también muchas
deformaciones del enfado. Una de ellas radica en los rasgos de nuestra
personalidad. Las discusiones conyugales, por ejemplo, que son tan habituales,
acaban siendo demoledoras para la pareja, aunque los protagonistas lo sepan, ya
es demasiado tarde. Otra razón es ver reveses en todas partes. Sentirse siempre
un agredido o una víctima es un “mal rollo”. Un poco de distancia ante las
cosas y un poco de aceptación de las dificultades vienen siempre muy bien. La
vida está llena de imperfecciones y algunas de ellas nos perjudican, está
claro. Cuando el enfado es útil, adelante, pero cuando no lo es, es mejor
contar hasta tres.
Los
que se enfadan por cualquier cosa se convierten en profesionales de la
hostilidad y eso es, en definitiva un sufrimiento. Saber enfadarse es muy fácil.
Ser rotundo en el enfado pero comedido y elegante, es todo un arte. Un arte,
por cierto, que solo se aprende en la vida, la cual está llena de circunstancias
sin argumentos.
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