Una de las señales
de la madurez, no es otra que la capacidad de las personas para aceptar la
responsabilidad de su propio talento, de desarrollar diligentemente esas
habilidades que le fueron dadas por la Providencia, y de saberlas utilizar al
máximo con todo tipo de sabiduría y generosidad. Esa estabilidad debería
contener una gran dosis de prudencia y sensatez, que quizás no todos podamos
entender e interpretar en su justa medida.
Las
personas relativamente maduras suelen tener una capacidad emocional y una
identidad desarrollada, las cuales les hacen ser fieles a sí mismas, mostrando
un comportamiento de acuerdo muy personal, y no según las modas o lo que dicte
el grupo al cual perteneces. Fuertemente arraigadas en nuestra sociedad es la
llamada “crisis de los sesenta” provocando inquietudes y al mismo tiempo suelen
empujarnos a introducir cambios bruscos en nuestras vidas. Aunque pensándolo
bien, es una magnífica oportunidad para hacer balance, valorar lo conseguido y
descubrir lo que deseamos experimentar.
No
suelen ser personas pasivas ni dependientes, sino independientes y sobretodo
asertivas, capaces de reconocer sus propios derechos, luchando incensantemente
por ellos.
Hacen todo lo posible por reconocer sus
defectos y errores, buscando soluciones a sus problemas en vez de culpar a los
demás. Piden ayuda cuando realmente las necesitan, y las aceptan de buen grado,
aunque no piden ayuda innecesariamente. No se sienten sometidas a los juicios
de los demás, siempre obrando por sí mismo, aunque al mismo tiempo son dueños
de sus actos.
El
haber atravesado ese periodo de existencia, la vida suele significar, por lo
general, que ya han tenido la oportunidad de haber establecido y consolidado
una buena relación de pareja, de habernos formados en una profesión
consiguiendo un mínimo de estabilidad económica. Existe una gran diferencia
entre madurar y envejecer; muchos se equivocan. Creen que envejecer es madurar
pero el envejecimiento pertenece al cuerpo
y la madurez al espíritu. Todo el mundo envejece, todos nos volvemos
viejos, pero no necesariamente maduros.
Son
muchas las personas que sostienen que la auténtica felicidad es propia del
principio y del final de nuestra vida. En el periodo medio, afirman que existen
inquietudes que la mayoría de las personas identifican con la necesidad de ir
modificando aspectos importantes de su propia existencia, materializado
normalmente por cambios de aspectos personales, de ciudad o de pareja.
La madurez
significa culminar con la palabra dada. Las personas que carecen de ella son
maestros de las disculpas, son aquellas que viven confusas, que no saben cómo organizarse,
sus vidas se convierten en largas cadenas de promesas rotas, de amistades pasajeras,
de negocios sin terminar, y de buenas intenciones que nunca llegan a materializarse.
Piensas siempre en esos
momentos de madurez, en todas las decisiones que tomaste tanto personales,
familiares como profesionales, puesto que ellas pueden ser cruciales a través
de los años vividos. Pero no te obsesiones a esas alturas poniéndote objetivos.
Las grandes metas ya fueron conseguidas, solo quedan valorarlas. Puede que no
hayas alcanzado todos tus objetivos, pero tratas de que no te causen ansiedad.
Meditación
Una señal de madurez es la capacidad de estar a gusto con personas que no son
como nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario