El mensaje que continuamente recibimos a
través de todos los medios está claro: para encontrar la felicidad, debemos
alejarnos de la mediocridad y aspirar a destacar por el éxito. Todos los seres
humanos, buscamos la perfección tanto física como mental, pero, ¿existe la
verdadera perfección? O simplemente es el afán de todos nosotros a
superarnos a sí mismo. Por eso, si miramos bien como somos tanto físico como
mentalmente y consideramos nuestras virtudes, podemos sacarle provecho y ser
personas perfectas, porque de cualquier punto de vista, todo es empezar por
querernos a nosotros mismos y sacarnos todo el partido posible a nuestro
potencial.
Así
desde pequeños se nos corrige constantemente, y de adultos, en el trabajo se
nos mide por los resultados. Por tanto, la lista de exigencias es interminable:
atractivos, delgados, musculosos, seductores o triunfadores… El
resultado es compararse con ideales destacables, para no llegar a vernos
conducidos por sentimientos de frustración.
Pero
cuántas veces en nuestra vida se nos induce a querer conseguir las cosas a un
estado de perfección. Muchas veces esto nos lleva a una continua ansiedad y de
esa manera las realizamos peor, ya que la ansiedad impide pensar con claridad.
Hacer las cosas a la perfección es un ideal irracional, puesto que la
perfección no es un atributo de la naturaleza humana. Todos queremos lo
mejor, de eso no hay duda. Pero en ese intento, queremos siempre rayar en la
perfección. Pensemos siempre antes de emprender cualquier acto, aceptar una
pequeña realidad: la perfección no existe. Siempre será subjetiva y nunca será
igual para todos, esto debido a que todos pensamos de maneras tan diferentes,
siendo imposible satisfacer todos los pareceres personales.
A
veces en infinidad de ocasiones, por querer ser perfecto, nos olvidamos que
todo proyecto debe ser ante todo, divertido para uno mismo. Es
decir, si no disfrutas lo que haces por tender a perfeccionar las cosas, es
momento de reflexionar lo que sucede y tomar vías alternas que nos eviten vivir
bajo tensión.
Frente
a esta actitud tan exigente, siempre hay otros comportamientos más equilibrados
y por supuesto más saludables. El de la persona que huye de los extremos, y no
es excesivamente meticulosa. En definitiva, saber sacar el mejor partido y
aceptarse con arreglo a nuestras virtudes e imperfecciones.
En
cada vida existen momentos de mucha tensión, que nos hacen partir de la propia
perfección, hay gente que no dejan pasar su vida en blanco, y para
conseguirlo, se proponen recurrir a todo tipo de artimañas, como el desprecio,
las malas formas, el rechazo, etc., llegando de esa manera a tratar de vencer y
convertirlo en una ventaja personal.
Consideremos
siempre en la flexibilidad de nuestras expectativas y no nos preocupemos de
llegar a toda costa a la perfección. Por eso, no nos van a considerar una
persona descuidada. Huyamos de lo excesivo y no demostremos actitudes
rígidas ante nuestro cometido. Conseguir las cosas con poco esfuerzo puede
producirnos mayor satisfacción que dedicarle todo nuestro afán, ya que también
es una manera de controlar y optimizar nuestro tiempo.
Meditación: Querer ser como otros, es querer dejar de ser
tú mismo.
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